martes, 30 de agosto de 2011

El comunismo y la familia


Alejandra Kollontai

La mujer no depende ya del hombre
¿Se mantendrá la familia en un Estado comunista? ¿Persistirá en la misma forma actual? Son estas cuestiones que atormentan, en los momentos presentes, a la mujer de la clase trabajadora y preocupa igualmente a sus compañeros, los hombres.
No debe extrañarnos que en estos últimos tiempos este problema perturbe las mentes de las mujeres trabajadoras. La vida cambia continuamente ante nuestros ojos; antiguos hábitos y costumbres desaparecen poco a poco. Toda la existencia de la familia proletaria se modifica y organiza en forma tan nueva, tan fuera de lo corriente, tan extraña, como nunca pudimos imaginar.
Y una de las cosas que mayor perplejidad produce en la mujer en estos momentos es la manera como se ha facilitado el divorcio en Rusia.
De hecho, en virtud del decreto del Comisario del Pueblo del 18 de diciembre de 1917, el divorcio ha dejado de ser un lijo accesible sólo a los ricos; desde ahora en adelante, la mujer trabajadora no tendrá que esperar y meses, e incluso hasta años, para que sea fallada su petición de separación matrimonial que le dé derecho a independizarse de un marido borracho o brutal, acostumbrado a golpearla. Desde ahora en adelante el divorcio se podrá obtener amigablemente dentro del periodo de una o dos semanas todo lo más.
Pero es precisamente esta facilidad para obtener el divorcio, manantial de tantas esperanzas para las mujeres que son desgraciadas en su matrimonio, lo que asusta a otras mujeres, particularmente a aquellas que consideran todavía al marido como el "proveedor" de la familia, como el único sostén de la vida, a esas mujeres que no comprenden todavía que deben acostumbrarse a buscar y a encontrar ese sostén en otro sitio, no en la persona del hombre, sino en la persona de la sociedad, en el Estado.
Desde la familia genésica a nuestros días
No hay ninguna razón para pretender engañarnos a nosotros mismos: la familia normal de los tiempos pasados en la cual el hombre lo era todo y la mujer nada -puesto que no tenía voluntad propia, ni dinero propio, ni tiempo del que disponer libremente-, este tipo de familia sufre modificaciones día por día, y actualmente es casi una cosa del pasado, lo cual no debe asustarnos.
Bien sea por error o ignorancia, estamos dispuestos a creer que todo lo que nos rodea debe permanecer inmutable, mientras todo lo demás cambia. Siempre ha sido así y siempre lo será. Esta afirmación es un error profundo.
Para darnos cuenta de su falsedad, no tenemos más que leer cómo vivían las gentes del pasado, e inmediatamente vemos cómo todo está sujeto a cambio y cómo no hay costumbres, ni organizaciones políticas, ni moral que permanezcan fijas e inviolables.
Así, pues, la familia ha cambiado frecuentemente de forma en las diversas épocas de la vida de la humanidad.
Hubo épocas en que la familia fue completamente distinta a como estamos acostumbrados a admitirla. Hubo un tiempo en que la única forma de familia que se consideraba normal era la llamada familia genésica, es decir, aquella en que el cabeza de familia era la anciana madre, en torno a la cual se agrupaban, en la vida y en el trabajo común, los hijos, nietos y biznietos.
La familia patriarcal fue en otros tiempos considerada también como la única forma posible de familia, presidida por un padre-amo, cuya voluntad era ley para todos los demás miembros de la familia. Aún en nuestros tiempos se pueden encontrar en las aldeas rusas familias campesinas de este tipo. En realidad podemos afirmar que en esas localidades la moral y las leyes que rigen la vida familiar son completamente distintas de las que reglamentan la vida de la familia del obrero de la ciudad. En el campo existen todavía gran número de costumbres que ya no es posible encontrar en la familia de la ciudad proletaria.
El tipo de familia, sus costumbres, etc., varían según las razas. Hay pueblos, como por ejemplo los turcos, árabes y persas, entre los cuales la ley autoriza al marido el tener varias mujeres. Han existido y todavía se encuentran tribus que toleran la costumbre contraria, es decir, que la mujer tenga varios maridos.
La moralidad al uso del hombre de nuestro tiempo le autoriza para exigir de las jóvenes la virginidad hasta su matrimonio legítimo. Pero, sin embargo, hay tribus en las que ocurre todo lo contrario: la mujer tiene por orgullo haber tenido muchos amantes, y se engalana brazos y piernas con brazaletes que indican el número...
Diversas costumbres, que a nosotros nos sorprenden, hábitos que podemos incluso calificar de inmorales, los practican otros pueblos, con la sanción divina, mientras que, por su parte, califican de "pecaminosas" muchas de nuestras costumbres y leyes.
Por tanto, no hay ninguna razón para que nos aterroricemos ante el hecho de que la familia sufra un cambio, porque gradualmente se descarten vestigios del pasado vividos hasta ahora, ni porque se implanten nuevas relaciones entre el hombre y la mujer. No tenemos más que preguntarnos: ¿qué es lo que ha muerto en nuestro viejo sistema familiar y qué relaciones hay entre el hombre trabajador y la mujer trabajadora, entre el campesino y la campesina?
¿Cuáles de sus respectivos derechos y deberes armonizan mejor con las condiciones de vida de la nueva Rusia? Todo lo que sea compatible con el nuevo estado de cosas se mantendrá; lo demás, toda esa anticuada morralla que hemos heredado de la maldita época de servidumbre y dominación, que era la característica de los terratenientes y capitalistas, todo eso tendrá que ser barrido juntamente con la misma clase explotadora, con esos enemigos del proletariado y de los pobres.
El capitalismo ha destruido la vieja vida familiar
La familia, en su forma actual, no es más que una de tantas herencias del pasado. Sólidamente unida, compacta en sí misma en sus comienzos, e indisoluble -tal era el carácter del matrimonio santificado por el cura-, la familia era igualmente necesaria para cada uno de sus miembros. Porque ¿quién se hubiera ocupado de criar, vestir y educar a los hijos de no ser la familia? ¿Quién se hubiera ocupado de guiarlos en la vida? Triste suerte la de los huérfanos en aquellos tiempos; era el peor destino que pudiera tocarle a uno en suerte.
En el tipo de familia a que estamos acostumbrados, es el marido el que gana el sustento, el que mantiene a la mujer y a los hijos. La mujer, por su parte, se ocupa de los quehaceres domésticos y de criar a los hijos como le parece.
Pero, desde hace un siglo, esta forma corriente de familia ha experimentado una destrucción progresiva en todos los países del mundo, en los que domina el capitalismo, en aquellos países en que el número de fábricas crece rápidamente, juntamente con otras empresas capitalistas que emplean trabajadores.
Las costumbres y la moral familiar se forman simultáneamente como consecuencia de las condiciones generales de la vida que rodea a la familia. Lo que más ha contribuido a que se modificasen las costumbres familiares de una manera radical ha sido, indiscutiblemente, la enorme expansión que ha adquirido por todas partes el trabajo asalariado de la mujer. Anteriormente, era el hombre el único sostén posible de la familia. Pero desde los últimos cincuenta o sesenta años, hemos experimentado en Rusia (con anterioridad en otros países) que el régimen capitalista obliga a las mujeres a buscar trabajo remunerador fuera de la familia, fuera de su casa.
Treinta millones de mujeres soportan una doble carga
Como el salario del hombre, sostén de la familia, resultaba insuficiente para cubrir las necesidades de la misma, la mujer se vio obligada a su vez a buscar trabajo remunerado; la madre tuvo que llamar también a la puerta de la fábrica. Año por año, día tras día, fue creciendo el número de mujeres pertenecientes a la clase trabajadora que abandonaban sus casas para ir a nutrir las filas de las fábricas, para trabajar como obreras, dependientas, oficinistas, lavanderas o criadas.
Según cálculos de antes de la Gran Guerra, en los países de Europa y América ascendían a sesenta millones las mujeres que se ganaban la vida con su trabajo. Durante la guerra ese número aumentó considerablemente.
La inmensa mayoría de estas mujeres estaban casadas; fácil es imaginarnos la vida familiar que podrían disfrutar. ¡Qué vida familiar puede existir donde la esposa y madre se va de casa durante ocho horas diarias, diez mejor dicho (contando el viaje de ida y vuelta)! La casa queda necesariamente descuidad; los hijos crecen sin ningún cuidado maternal, abandonados a sí mismos en medio de los peligros de la calle, en la cual pasan la mayor parte del tiempo.
La mujer casada, la madre que es obrera, suda sangre para cumplir con tres tareas que pesan al mismo tiempo sobre ella: disponer de las horas necesarias para el trabajo, lo mismo que hace su marido, en alguna industria o establecimiento comercial; consagrarse después, lo mejor posible, a los quehaceres domésticos, y, por último, cuidar de sus hijos.
El capitalismo ha cargado sobre los hombros de la mujer trabajadora un peso que la aplasta; la ha convertido en obrera, sin aliviarla de sus cuidados de ama de casa y madre.
Por tanto, nos encontramos con que la mujer se agota como consecuencia de esta triple e insoportable carga, que con frecuencia expresa con gritos de dolor y hace asomar lágrimas a sus ojos.
Los cuidados y las preocupaciones han sido en todo tiempo destino de la mujer; pero nunca ha sido su vida más desgraciada, más desesperada que en estos tiempos bajo el régimen capitalista, precisamente cuando la industria atraviesa por periodo de máxima expansión.
Los trabajadores aprenden a existir sin vida familiar
Cuanto más se extiende el trabajo asalariado de la mujer, más progresa la descomposición de la familia. ¡Qué vida familiar puede haber donde el hombre y la mujer trabajan en la fábrica, en secciones diferentes, si la mujer no dispone siquiera del tiempo necesario para guisar una comida medianamente buena para sus hijos! ¡Qué vida familiar puede ser la de una familia en la que el padre y la madre pasan fuera de casa la mayor parte de las veinticuatro horas del día, entregados a un duro trabajo, que les impide dedicar unos cuantos minutos a sus hijos!
En épocas anteriores, era completamente diferente. La madre, el ama de casa, permanecía en el hogar, se ocupaba de las tareas domésticas y de sus hijos, a los cuales no dejaba de observar, siempre vigilante.
Hoy día, desde las primeras horas de la mañana hasta que suena la sirena de la fábrica, la mujer trabajadora corre apresurada para llegar a su trabajo; por la noche, de nuevo, al sonar la sirena, vuelve precipitadamente a casa para preparar la sopa y hacer los quehaceres domésticos indispensables. A la mañana siguiente, después de breves horas de sueño, comienza otra vez para la mujer su pesada carga. No puede, pues, sorprendernos, por tanto, el hecho de que, debido a estas condiciones de vida, se deshagan los lazos familiares y la familia se disuelva cada día más. Poco a poco va desapareciendo todo aquello que convertía a la familia en un todo sólido, todo aquello que constituía sus seguros cimientos,la familia es cada vez menos necesaria a sus propios miembros y al Estado. Las viejas formas familiares se convierten en un obstáculo.
¿En qué consistía la fuerza de la familia en los tiempos pasados? En primer lugar, en el hecho de que era el marido, el padre, el que mantenía a la familia; en segundo lugar, el hogar era algo igualmente necesario a todos los miembros de la familia, y en tercer y último lugar, porque los hijos eran educados por los padres.
¿Qué es lo que queda actualmente de todo esto? El marido, como hemos visto, ha dejado de ser el sostén único de la familia. La mujer, que va a trabajar, se ha convertido, a este respecto, en igual a su marido. Ha aprendido no sólo a ganarse la vida, sino también, con gran frecuencia, a ganar la de sus hijos y su marido. Queda todavía, sin embargo, la función de la familia de criar y mantener a los hijos mientras son pequeños. Veamos ahora, en realidad, lo que subsiste de esta obligación.
El trabajo casero no es ya una necesidad
Hubo un tiempo en que la mujer de la clase pobre, tanto en la ciudad como en el campo, pasaba su vida entera en el seno de la familia. La mujer no sabía nada de lo que ocurría más allá del umbral de su casa y es casi seguro que tampoco deseaba saberlo. En compensación, tenía dentro de su casa las más variadas ocupaciones, todas útiles y necesarias, no sólo para la vida de la familia en sí, sino también para la de todo el Estado.
La mujer hacía, es cierto, todo lo que hoy hace cualquier mujer obrera o campesina. Guisaba, lavaba, limpiaba la casa y repasaba la ropa de la familia. Pero no hacía esto sólo. Tenía sobre sí, además, una serie de obligaciones que no tienen ya las mujeres de nuestro tiempo: hilaba la lana y el lino; tejía las telas y los adornos, las medias y los calcetines; hacía encajes y se dedicaba, en la medida de las posibilidades familiares, a las tareas de la conservación de carnes y demás alimentos; destilaba las bebidas de la familia, e incluso moldeaba las velas para la casa.
¡Cuán diversas eran las tareas de la mujer en los tiempos pasados! Así pasaron la vida nuestras madres y abuelas. Aún en nuestros días, allá en remotas aldeas, en pleno campo, en contacto con las líneas del tren o lejos de los grandes ríos, se pueden encontrar pequeños núcleos donde se conserva todavía, sin modificación alguna, este modo de vida de los buenos tiempos del pasado, en la que el ama de casa realizaba una serie de trabajos de los que no tiene noción la mujer trabajadora de las grandes ciudades o de las regiones de gran población industrial, desde hace mucho tiempo.
El trabajo industrial de la mujer en el hogar
En los tiempos de nuestras abuelas eran absolutamente necesarios y útiles todos los trabajos domésticos de la mujer, de los que dependía el bienestar de la familia. Cuanto más se dedicaba la mujer de su casa a estas tareas, tanto mejor era la vida en el hogar, más orden y abundancia se reflejaban en la casa. Hasta el propio Estado podía beneficiarse un tanto de las actividades de la mujer como ama de casa. Porque, en realidad, la mujer de otros tiempos no se limitaba a preparar purés para ella o su familia, sino que sus manos producían muchos otros productos de riqueza, tales como telas, hilo, mantequilla, etc., cosas que podían llevarse al mercado y ser consideradas como mercancías, como cosas de valor.
Es cierto que en los tiempos de nuestras abuelas y bisabuelas el trabajo no era evaluado en dinero. Pero no había ningún hombre, fuera campesino u obrero, que no buscase como compañera una mujer con "manos de oro", frase todavía proverbial entre el pueblo.
Porque sólo los recursos del hombre, sin el trabajo doméstico de la mujer, no hubieran bastado para mantener el hogar.
En lo que se refiere a los bienes del Estado, a los intereses de la nación, coincidían con los del marido; cuanto más trabajadora resultaba la mujer en el seno de su familia, tantos más productos de todas clases producía: telas, cueros, lana, cuyo sobrante podía ser vendido en el mercado de las cercanías; consecuentemente, la "mujer de su casa" contribuía a aumentar en su conjunto la prosperidad económica del país.
La mujer casada y la fábrica
El capitalismo ha modificado totalmente esta antigua manera de vida. Todo lo que antes se producía en el seno de la familia, se fabrica ahora en grandes cantidades en los talleres y en las fábricas. La máquina sustituyó a los ágiles dedos del ama de casa. ¿Qué mujer de su casa trabajaría hoy día en moldear velas, hilar o tejer tela? Todos estos productos pueden adquirirse en la tienda más próxima. Antes, todas las muchachas tenían que aprender a tejer sus medias; ¿es posible encontrar en nuestros tiempos una joven obrera que se haga las medias? En primer lugar, carece del tiempo necesario para ello. El tiempo es dinero y no hay nadie que quiera perderlo de una manera improductiva, es decir, sin obtener ningún provecho. Actualmente, toda mujer de su casa, que es a la vez una obrera, prefiere comprar las medias hechas que perder tiempo haciéndolas.
Pocas mujeres trabajadoras, y sólo en casos aislados, podemos encontrar hoy día que preparen las conservas para la familia, cuando la realidad es que en la tienda de comestibles de al lado de su casa puede comprarlas perfectamente preparadas. Aun en el caso de que el producto vendido en la tienda sea de una calidad inferior, o que no sea tan bueno como el que pueda hacer una ama de casa ahorrativa en su hogar, la mujer trabajadora no tiene ni tiempo ni energías para dedicarse a todas las laboriosas operaciones que requiere un trabajo de esta clase.
La realidad, pues, es que la familia contemporánea se independiza cada vez más de todos aquellos trabajos domésticos sin cuya preocupación no hubieran podido concebir la vida familiar nuestras abuelas.
Lo que se producía anteriormente en el seno de la familia se produce actualmente con el trabajo común de hombres y mujeres trabajadoras en las fábricas y talleres.
Los quehaceres individuales están llamados a desaparecer
La familia actualmente consume sin producir. Las tareas esenciales del ama de casa han quedado reducidas a cuatro: limpieza (suelos, muebles, calefacción , etc.); cocina (preparación de comida y cena); lavado y cuidado de la ropa blanca, y vestidos de la familia (remendado y repaso de la ropa).
Estos son trabajos agotadores. Consumen todas las energías y todo el tiempo de la mujer trabajadora, que, además, tiene que trabajar en una fábrica.
Ciertamente que los quehaceres de nuestras abuelas comprendían muchas más operaciones, pero, sin embargo, estaban dotados de una cualidad de la que carecen los trabajos domésticos de la mujer obrera de nuestros días; éstos han perdido su cualidad de trabajos útiles al Estado desde el punto de vista de la economía nacional, porque son trabajos con los que no se crean nuevos valores. Con ellos no se contribuye a la prosperidad del país.
Es en vano que la mujer trabajadora se pase el día desde la mañana hasta la noche limpiando su casa, lavando y planchando la ropa, consumiendo sus energías para conservar sus gastadas ropas en orden, matándose para preparar con sus modestos recursos la mejor comida posible, porque cuando termine el día no quedará, a pesar de sus esfuerzos, un resultado material de todo su trabajo diario; con sus manos infatigables no habrá creado en todo el día nada que pueda ser considerado como una mercancía en el mercado comercial. Mil años que viviera todo seguiría igual para la mujer trabajadora. Todas las mañanas habría que quitar polvo de la cómoda; el marido vendría con ganas de cenar por la noche y sus chiquitines volverían siempre a casa con los zapatos llenos de barro... El trabajo del ama de casa reporta cada día menos utilidad, es cada vez más improductivo.
La aurora del trabajo casero colectivo
Los trabajos caseros en forma individual han comenzado a desaparecer y de día en día van siendo sustituidos por el trabajo casero colectivo, y llegará un día, más pronto o más tarde, en que la mujer trabajadora no tendrá que ocuparse de su propio hogar.
En la Sociedad Comunista del mañana, estos trabajos serán realizados por una categoría especial de mujeres trabajadoras dedicadas únicamente a estas ocupaciones.
Las mujeres de los ricos, hace ya mucho tiempo que viven libres de estas desagradables y fatigosas tareas. ¿Por qué tiene la mujer trabajadora que continuar con esta pesada carga?
En la Rusia Soviética, la vida de la mujer trabajadora debe estar rodeada de las mismas comodidades, la misma limpieza, la misma higiene, la misma belleza, que hasta ahora constituía el ambiente de las mujeres pertenecientes a las clases adineradas. En una Sociedad Comunista la mujer trabajadora no tendrá que pasar sus escasas horas de descanso en la cocina, porque en la Sociedad Comunista existirán restaurantes públicos y cocinas centrales en los que podrá ir a comer todo el mundo.
Estos establecimientos han ido en aumento en todos los países, incluso dentro del régimen capitalista. En realidad, se puede decir que desde hace medio siglo aumentan de día en día en todas las ciudades de Europa; crecen como las setas después de la lluvia otoñal. Pero mientras en un sistema capitalista sólo gentes con bolsas bien repletas pueden permitirse el gusto de comer en los restaurantes, en una ciudad comunista estarán al alcance de todo el mundo.
Lo mismo se puede decir del lavado de la ropa y demás trabajos caseros. La mujer trabajadora no tendrá que ahogarse en un océano de porquería ni estropearse la vista remendando y cosiendo la ropa por las noches. No tendrá más que llevarla cada semana a los lavaderos centrales para ir a buscarla después lavada y planchada. De este modo tendrá la mujer trabajadora una preocupación menos.
La organización de talleres especiales para repasar y remendar la ropa ofrecerán a la mujer trabajadora la oportunidad de dedicarse por las noches a lecturas instructivas, a distracciones saludables, en vez de pasarlas como hasta ahora en tareas agotadoras.
Por tanto, vemos que las cuatro últimas tareas domésticas que todavía pesan sobre la mujer de nuestros tiempos desaparecerán con el triunfo del régimen comunista.
No tendrá de qué quejarse la mujer obrera, porque la Sociedad Comunista habrá terminado con el yugo doméstico de la mujer para hacer su vida más alegre, más rica, más libre y más completa.
La crianza de los hijos en el régimen capitalista
¿Qué quedará de la familia cuando hayan desaparecido todos estos quehaceres del trabajo casero individual? Todavía tendremos que luchar con el problema de los hijos. Pero en lo que se refiere a esta cuestión, el Estado de los Trabajadores acudirá en auxilio de la familia, sustituyéndola; gradualmente, la Sociedad se hará cargo de todas aquellas obligaciones que antes recaían sobre los padres.
Bajo el régimen capitalista la instrucción del niño ha cesado de ser una obligación de los padres. El niño aprende en la escuela. En cuanto el niño entra en la edad escolar, los padres respiran más libremente. Cuando llega este momento, el desarrollo intelectual del hijo deja de ser un asunto de su incumbencia.
Sin embargo, con ello no terminaban todas las obligaciones de la familia con respecto al niño. Todavía subsistía la obligación de alimentar al niño, de calzarle, vestirle, convertirlo en obrero diestro y honesto para que, con el tiempo, pudiera bastarse a sí propio y ayudar a sus padres cuando éstos llegaran a viejos.
Pero lo más corriente era, sin embargo, que la familia obrera no pudiera casi nunca cumplir enteramente estas obligaciones con respecto a sus hijos. El reducido salario de que depende la familia obrera no le permite ni tan siquiera dar a sus hijos lo suficiente para comer, mientras que el excesivo trabajo que pesa sobre los padres les impide dedicar a la educación de la joven generación toda la atención a que obliga este deber. Se daba por sentado que la familia se ocupaba de la crianza de los hijos. ¿Pero lo hacía en realidad? Más justo sería decir que es en la calle donde se crían los hijos de los proletarios. Los niños de la clase trabajadora desconocen las satisfacciones de la vida familiar, placeres de los cuales participamos todavía nosotros con nuestros padres.
Pero, además, hay que tener en cuenta que lo reducido de los jornales, la inseguridad en el trabajo y hasta el hambre convierten frecuentemente al niño de diez años de la clase trabajadora en un obrero independiente a su vez. Desde este momento, tan pronto como el hijo (lo mismo si es chico o chica) comienza a ganar un jornal, se considera a sí mismo dueño de su persona, hasta tal punto que las palabras y los consejos de sus padres dejan de causarle la menor impresión, es decir, que se debilita la autoridad de los padres y termina la obediencia.
A medida que van desapareciendo uno a uno los trabajos domésticos de la familia, todas las obligaciones de sostén y crianza de los hijos son desempeñadas por la sociedad en lugar de por los padres. Bajo el sistema capitalista, los hijos eran con demasiada frecuencia, en la familia proletaria, una carga pesada e insostenible.
El niño y el Estado comunista
En este aspecto también acudirá la Sociedad Comunista en auxilio de los padres. En la Rusia Soviética se han emprendido, merced a los Comisariados de Educación Pública y Bienestar Social, grandes adelantos. Se puede decir que en este aspecto se han hecho ya muchas cosas para facilitar la tarea de la familia de criar y mantener a los hijos.
Existen ya casas para los niños lactantes, guardería infantiles, jardines de la infancia, colonias y hogares para niños, enfermerías y sanatorios para los enfermos o delicados, restaurantes, comedores gratuitos para los discípulos en escuelas, libros de estudio gratuitos, ropas de abrigo y calzado para los niños de los establecimientos de enseñanza. ¿Todo esto no demuestra suficientemente que el niño sale ya del marco estrecho de la familia, pasando la carga de su crianza y educación de los padres a la colectividad?
Los cuidados de los padres con respecto a los hijos pueden clasificarse en tres grupos: 1º, cuidados que los niños requieren imprescindiblemente en los primeros tiempos de su vida; 2º, los cuidados que supone la crianza del niño, y 3º, los cuidados que necesita la educación del niño.
Lo que se refiere a la instrucción de los niños, en escuelas primarias, institutos y universidades, se ha convertido ya en una obligación del Estado, incluso en la sociedad capitalista.
Por otra parte, las ocupaciones de la clase trabajadora, las condiciones de vida, obligaban, incluso en la sociedad capitalista, a la creación de lugares de juego, guarderías, asilos, etc. Cuanto más conciencia tenga la clase trabajadora de sus derechos, cuanto mejor estén organizados en cualquier Estado específico, tanto más interés tendrá la sociedad en el problema de aliviar a la familia del cuidado de los hijos.
Pero la sociedad burguesa tiene medio de ir demasiado lejos en lo que respecta a considerar los intereses de la clase trabajadora, y mucho más si contribuye de este modo a la desintegración de la familia.
Los capitalistas se dan perfecta cuenta de que el viejo tipo de familia, en la que la esposa es una esclava y el hombre es responsable del sostén y bienestar de la familia, de que una familia de esta clase es la mejor arma para ahogar los esfuerzos del proletariado hacia su libertad, para debilitar el espíritu revolucionario del hombre y de la mujer proletarios. La preocupación por lo que le pueda pasar a su familia, priva al obrero de toda su firmeza, le obliga a transigir con el capital. ¿Qué no harán los padres proletarios cuando sus hijos tienen hambre?
Contrariamente a lo que sucede en la sociedad capitalista, que no ha sido capaz de transformar la educación de la juventud en una verdadera función social, en una obra del Estado, la Sociedad Comunista considerará como base real de sus leyes y costumbres, como la primera piedra del nuevo edificio, la educación social de la generación naciente.
No será la familia del pasado, mezquina y estrecha, con riñas entre los padres, con sus intereses exclusivistas para sus hijos, la que moldeará el hombre de la sociedad del mañana.
El hombre nuevo, de nuestra nueva sociedad, será moldeado por las organizaciones socialistas, jardines infantiles, residencias, guarderías de niños, etc., y muchas otras instituciones de este tipo, en las que el niño pasará la mayor parte del día y en las que educadores inteligentes le convertirán en un comunista consciente de la magnitud de esta inviolable divisa: solidaridad, camaradería, ayuda mutua y devoción a la vida colectiva.
La subsistencia de la madre asegurada
Veamos ahora, una vez que no se precisa atender a la crianza y educación de los hijos, qué es lo que quedará de las obligaciones de la familia con respecto a sus hijos, particularmente después que haya sido aliviada de la mayor parte de los cuidados materiales que llevan consigo el nacimiento de un hijo, o sea, a excepción de los cuidados que requiere el niño recién nacido cuando todavía necesita de la atención de su madre, mientras aprende a andar, agarrándose a las faldas de su madre. En esto también el Estado Comunista acude presuroso en auxilio de la madre trabajadora. Ya no existirá la madre agobiada con un chiquillo en brazos. El Estado de los Trabajadores se encargará de la obligación de asegurar la subsistencia a todas las madres, estén o no legítimamente casadas, en tanto que amamanten a su hijo; instalará por doquier casas de maternidad, organizará en todas las ciudades y en todos los pueblos guarderías e instituciones semejantes para que la mujer pueda ser útil trabajando para el Estado mientras, al mismo tiempo, cumple sus funciones de madre.

El matrimonio dejará de ser una cadena
Las madres obreras no tienen por qué alarmarse. La Sociedad Comunista no pretende separar a los hijos de los padres, ni arrancar al recién nacido del pecho de su madre. No abriga la menor intención de recurrir a la violencia para destruir la familia como tal. Nada de eso. Estas no son las aspiraciones de la Sociedad Comunista.
¿Qué es lo que presenciamos hoy? Pues que se rompen los lazos de la gastada familia. Esta, gradualmente, se va libertando de todos los trabajos domésticos que anteriormente eran otros tantos pilares que sostenían la familia como un todo social. ¿Los cuidados de la limpieza, etc., de la casa? También parece que han demostrado su inutilidad. ¿Los hijos? Los padres proletarios no pueden ya atender a su cuidado; no se pueden asegurar ni su subsistencia ni su educación.
Estas es la situación real cuyas consecuencias sufren por igual los padres y los hijos.
Por tanto, la Sociedad Comunista se acercará al hombre y a la mujer proletarios para decirles: "Sois jóvenes y os amáis". Todo el mundo tiene derecho a la felicidad. Por eso debéis vivir vuestra vida. No tengáis miedo al matrimonio, aun cuando el matrimonio no fuera más que una cadena para el hombre y la mujer de la clase trabajadora en la sociedad capitalista. Y, sobre todo, no temáis, siendo jóvenes y saludables, dar a vuestro país nuevos obreros, nuevos ciudadanos niños. La sociedad de los trabajadores necesita de nuevas fuerzas de trabajo; saluda la llegada de cada recién venido al mundo. Tampoco temáis por el futuro de vuestro hijo; vuestro hijo no conocerá el hambre, ni el frío. No será desgraciado, ni quedará abandonado a su suerte como sucedía en la sociedad capitalista. Tan pronto como el nuevo ser llegue al mundo, el Estado de la clase Trabajadora, la Sociedad Comunista, asegurará el hijo y a la madre una ración para su subsistencia y cuidados solícitos. La Patria comunista alimentará, criará y educará al niño. Pero esta patria no intentará, en modo alguno, arrancar al hijo de los padres que quieran participar en la educación de sus pequeñuelos. La Sociedad Comunista tomará a su cargo todas las obligaciones de la educación del niño, pero nunca despojará de las alegrías paternales, de las satisfacciones maternales a aquellos que sean capaces de apreciar y comprender estas alegrías. ¿Se puede, pues, llamar a esto destrucción de la familia por la violencia o separación a la fuerza de la madre y el hijo?
La familia como unión de afectos y camaradería
Hay algo que no se puede negar, y es el hecho de que ha llegado su hora al viejo tipo de familia. No tiene de ello la culpa el comunismo: es el resultado del cambio experimentado por la condiciones de vida. La familia ha dejado de ser una necesidad para el Estado como ocurría en el pasado.
Todo lo contrario, resulta algo peor que inútil, puesto que sin necesidad impide que las mujeres de la clase trabajadora puedan realizar un trabajo mucho más productivo y mucho más importante. Tampoco es ya necesaria la familia a los miembros de ella, puesto que la tarea de criar a los hijos, que antes le pertenecía por completo, pasa cada vez más a manos de la colectividad.
Sobre las ruinas de la vieja vida familiar, veremos pronto resurgir una nueva forma de familia que supondrá relaciones completamente diferentes entre el hombre y la mujer, basadas en una unión de afectos y camaradería, en una unión de dos personas iguales en la Sociedad Comunista, las dos libres, las dos independientes, las dos obreras. ¡No más "sevidumbre" doméstica para la mujer! ¡No más desigualdad en el seno mismo de la familia! ¡No más temor por parte de la mujer de quedarse sin sostén y ayuda si el marido la abandona!
La mujer, en la Sociedad Comunista, no dependerá de su marido, sino que sus robustos brazos serán los que la proporcionen el sustento. Se acabará con la incertidumbre sobre la suerte que puedan correr los hijos. El Estado comunista asumirá todas estas responsabilidades. El matrimonio quedará purificado de todos sus elementos materiales, de todos los cálculos de dinero que constituyen la repugnante mancha de la vida familiar de nuestro tiempo. El matrimonio se transformará desde ahora en adelante en la unión sublime de dos almas que se aman, que se profesen fe mutua; una unión de este tipo promete a todo obrero, a toda obrera, la más completa felicidad, el máximo de la satisfacción que les puede caber a criaturas conscientes de sí mismas y de la vida que les rodea.
Esta unión libre, fuerte en el sentimiento de camaradería en que está inspirada, en vez de la esclavitud conyugal del pasado, es lo que la sociedad comunista del mañana ofrecerá a hombres y mujeres.
Una vez se hayan transformado las condiciones de trabajo, una vez haya aumentado la seguridad material de la mujer trabajadora; una vez haya desaparecido el matrimonio tal y como lo consagraba la Iglesia -esto es, el llamado matrimonio indisoluble, que no era en el fondo más que un mero fraude-, una vez este matrimonio sea sustituido por la unión libre y honesta de hombres y mujeres que se aman y son camaradas, habrá comenzado a desaparecer otro vergonzoso azote, otra calamidad horrorosa que mancilla a la humanidad y cuyo peso recae por entero sobre el hambre de la mujer trabajadora: la prostitución.
Se acabará para siempre la prostitución
Esta vergüenza se la debemos al sistema económico hoy en vigor, a la existencia de la propiedad privada. Una vez haya desaparecido la propiedad privada, desaparecerá automáticamente el comercio de la mujer.
Por tanto, la mujer de la clase trabajadora debe dejar de preocuparse porque esté llamada a desaparecer la familia tal y conforme está constituida en la actualidad. Sería mucho mejor que saludaran con alegría la aurora de una nueva sociedad, que liberará a la mujer de la servidumbre doméstica, que aliviará la carga de la maternidad para la mujer, una sociedad en la que, finalmente, veremos desaparecer la más terrible de las maldiciones que pesan sobre la mujer: la prostitución.
La mujer, a la que invitamos a que luche por la gran causa de la liberación de los trabajadores, tiene que saber que en el nuevo Estado no habrá motivo alguno para separaciones mezquinas, como ocurre ahora.
"Estos son mis hijos. Ellos son los únicos a quienes debo toda mi atención maternal, todo mi afecto; ésos son hijos tuyos; son los hijos del vecino. No tengo nada que ver con ellos. Tengo bastante con los míos propios".
Desde ahora, la madre obrera que tenga plena conciencia de su función social, se elevará a tal extremo que llegará a no establecer diferencias entre "los tuyos y los míos"; tendrá que recordar siempre que desde ahora no habrá más que "nuestros" hijos, los del Estado Comunista, posesión común de todos los trabajadores.

La igualdad social del hombre y la mujer
El Estado de los Trabajadores tiene necesidad de una nueva forma de relación entre los sexos. El cariño estrecho y exclusivista de la madre por sus hijos tiene que ampliarse hasta dar cabida a todos los nuños de la gran familia proletaria.
En vez del matrimonio indisoluble, basado en la servidumbre de la mujer, veremos nacer la unión libre fortificada por el amor y el respeto mutuo de dos miembros del Estado Obrero, iguales en sus derechos y en sus obligaciones.
En vez de la familia de tipo individual y egoísta, se levantará una gran familia universal de trabajadores, en la cual todos los trabajadores, hombres y mujeres, serán ante todo obreros y camaradas. Estas serán las relaciones entre hombres y mujeres en la Sociedad Comunista de mañana. Estas nuevas relaciones asegurarán a la humanidad todos los goces del llamado amor libre, ennoblecido por una verdadera igualdad social entre compañeros, goces que son desconocidos en la sociedad comercial del régimen capitalista.
¡Abrid paso a la existencia de una infancia robusta y sana; abrid paso a una juventud vigorosa que ame la vida con todas sus alegrías, una juventud libre en sus sentimientos y en sus afectos!
Esta es la consigna de la Sociedad Comunista. En nombre de la igualdad, de la libertad y del amor, hacemos un llamamiento a todas las mujeres trabajadoras, a todos los hombres trabajadores, mujeres campesinas y campesinos para que resueltamente y llenos de fe se entreguen al trabajo de reconstrucción de la sociedad humana para hacerla más perfecta, más justa y más capaz de asegurar al individuo la felicidad a que tiene derecho.
La bandera roja de la revolución social que ondeará después de Rusia en otros países del mundo proclama que no está lejos el momento en el que podamos gozar del cielo en la tierra, a lo que la humanidad aspira desde hace siglos.


FAMILIA BURGUESA, ESTADO BURGUÉS



por Stefan Engel

Presentación

En sociedad de clase, esencialmente, los seres humanos se organizan en una serial de relaciones comunes: económicas, políticas, culturales, interpersonales y de parejas. Entre estas últimas se adscriben las familiares.  La familia, "célula económica primaria de la sociedad", resulta ser centro  privilegiado de la producción y reproducción de la vida humana. Cuyas características, máxime en la sociedad capitalista, resultan ser: privacidad, monogamia, patriarcalismo. Marcada toda ella por el sello de la subordinación e inferioridad de la mujer. A la vez con la función asignada de salvaguardar y reproducir ese mismo orden social, político, estatal y cultural que la oprime.

De ahí se desprende el por  qué dicha familia individual moderna, burguesa o proletaria, háyase convertido en una "cuestión de orden público". El que  sobrevuele como ave rapaz sobre su privacidad proclamada, el Estado como centro de control, vigilancia y represión. Ese maridaje familia burguesa y Estado burgués en daño de hombres y mujeres, sólo será superado cuando ese nudo gordiano sea roto por la revolución socialista. Sólo entonces nacerá y florecerá la familia socialista, basada ella en la igualdad real, en el amor libre de intereses económicos y en la libertad completa de la pareja humana socializada, sin mediaciones y sin desligamiento de la sociedad.

Sobre el tema, aquí, reproducimos un apartado de la magistral obra "La lucha de clases y la lucha por la emancipación de la mujer" de la autoría del intelectual marxista-leninista alemán Stefan Engel.   El título es nuestro.

3. El orden estatal y familiar burgués
Es tarea del orden estatal y familiar garantizar la vida social de la sociedad de clases, es decir, mantener el poder de la clase explotadora y oprimir a las clases explotadas y oprimidas. Federico Engels describió la relación entre el orden estatal y el familiar con estas palabras: "La forma de familia que corresponde a la civilización y vence definitivamente con ella es la monogamia, la supremacía del hombre sobre la mujer, y la familia  individual como unidad económica de la sociedad. La fuerza cohesiva de la sociedad civilizada la constituye el Estado, que, en todos los períodos típicos, es exclusivamente el Estado de la clase dominante y, en todos los casos, una máquina esencialmente destinada a reprimir a la clase oprimida y explotada." (F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, pág. 177).
El orden estatal y familiar burgués es el núcleo de la superestructura política que debe preservar a la sociedad capitalista y está ligado a ella para bien o para mal. En el capitalismo monopolista de Estado, los monopolios han subordinado completamente al Estado y sus órganos se han fundido con los órganos del Estado. Los monopolios ejercen su dominio económico y político sobre toda la sociedad. Federico Engels explicó el carácter antagónico de la familia individual burguesa: "La familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica franca o más o menos disimulada de la mujer, y la sociedad moderna es una masa cuyas moléculas son las familias individuales. Hoy, en la mayoría de los casos, el hombre tiene que ganar los medios de vida, que alimentar a la familia, por lo menos en las clases poseedoras; y esto le da una posición preponderante que no necesita ser privilegiada de un modo especial por la ley. El hombre es en la familia el burgués; la mujer representa en ella al proletario." (Ibíd., pág. 72) Las familias individuales constituyen las unidades económicas básicas que componen la sociedad burguesa. Representan la condición esencial tanto para la apropiación privada de la producción social por los capitalistas como para el trabajo asalariado libre de la clase obrera. Al interior y entre las familias individuales se refleja el antagonismo de clases que caracteriza a la sociedad, entre la clase de los explotadores capitalistas y la clase de los proletarios explotados. En la familia burguesa ello se expresa como la contradicción entre el hombre y la mujer. Pero este antagonismo entre el hombre y la mujer es la base del matrimonio monogámico clásico no sólo desde la fase social del capitalismo, sino que constituye su carácter fundamental desde la formación de la sociedad de clases en general. Federico Engels escribió al respecto: "Por tanto, la monogamia no aparece de ninguna manera en la historia como una reconciliación entre el hombre y la mujer, y menos aún como la forma más elevada de matrimonio. Por el contrario, entra en escena bajo la forma del esclavizamiento de un sexo por el otro, como la proclamación de un conflicto entre los sexos … el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino. La monogamia fue un gran progreso histórico, pero al mismo tiempo inaugura, juntamente con la esclavitud y con las riquezas privadas, aquella época que dura hasta nuestros días y en la cual cada progreso es al mismo tiempo un regreso relativo y el bienestar y el desarrollo de unos verifícanse a expensas del dolor y de la represión de otros.

 La monogamia es la forma celular de la sociedad civilizada, en la cual podemos estudiar ya la naturaleza de las contradicciones y de los antagonismos que alcanzan su pleno desarrollo en esta sociedad." (Ibíd., pág. 63).

La historia de las sociedades de clases se refleja en la historia de los diversos tipos de familias individuales que a ellas les corresponden. La familia romana constituyó el tipo perfeccionado de la forma patriarcal de la familia; era una sociedad esclavista en miniatura. La palabra familia viene de los romanos y originalmente se refería a la totalidad de los esclavos domésticos pertenecientes a un solo hombre (latín: famulus). La esencia de la familia patriarcal en la antigua Roma fue la incorporación de los esclavos y el poder paterno sobre la familia completa. Esposa, hijos y esclavos estaban todos sujetos en igual medida al poder patriarcal que incluía el poder de vida y muerte sobre todos los miembros de la familia. Las relaciones familiares feudales patriarcales fueron una expresión de las condiciones de la servidumbre. La esposa no era más propiedad del marido, pero suposición jurídica estaba claramente subordinada a la del marido. Según el derecho canónico, "la mujer debía someterse al marido". Fuera de la economía doméstica, en la vida social, las mujeres no tenían derechos de ninguna clase. Por regla general tampoco tenían derecho hereditario, o sólo limitado. Los campesinos estaban obligados a realizar prestaciones personales para el señor feudal. El señor feudal se reservaba el derecho a las relaciones sexuales extramaritales según su deseo. Decidía sobre el matrimonio de sus vasallos y tenía el "derecho de pernada" con las novias. El propietario de una fábrica, el comerciante o el director de banco encarnaron un nuevo modo de vida en contraste con el patriarca feudal reaccionario. Ellos realizaban su actividad económica fuera del hogar, en la industria pública, ganando así los medios de existencia. La mujer quedaba responsable de las tareas domésticas privadas y de la crianza de los hijos. Así se desarrolló el núcleo del orden familiar burgués, la dependencia económica de toda la familia del ingreso del hombre como el único económicamente activo. Indudablemente el matrimonio burgués es un avance importante respecto del matrimonio monogámico patriarcal del feudalismo: primero, que el matrimonio debe ser un contrato realizado voluntariamente por ambas partes, que puede ser también disuelto voluntariamente por ambas partes; segundo, porque durante el matrimonio ambas partes están en pie de igualdad respecto a los derechos y obligaciones. 

La crítica al matrimonio monogámico patriarcal fue un elemento importante de la revolución democrático-burguesa y se convirtió en un fundamento significativo de la literatura y el arte burgués clásico.

Sin embargo, la realidad social no es determinada por los derechos y deberes formales sino por las relaciones económicas bajo las cuales se aplican. En realidad, la completa igualdad jurídica del hombre y la mujer en la familia moderna sólo hace resaltar fuertemente la necesidad de una verdadera igualdad social, la cual es imposible dentro del marco del orden familiar burgués y la sociedad capitalista. Sobre todo las tradiciones y costumbres seculares de la familia patriarcal del feudalismo arrojaron sus sombras todavía por mucho tiempo sobre la sociedad burguesa. En Alemania perduró incluso hasta después del fascismo hitleriano para que la familia burguesa perdiera su impronta feudal patriarcal. Sin embargo, la influencia de los patrones de pensamiento y de conducta patriarcales aún no han sido eliminados. Para las mujeres, el matrimonio burgués significa estrecha ligazón al hogar, alejamiento de la producción de mercancías socialmente organizada y aislamiento relativo de la vida social. Entonces, la privación de derechos políticos y la degradación son el precio que la mujer burguesa, y una parte de las mujeres pequeñoburguesas, deben pagar por su posición privilegiada. Carlos Marx y Federico Engels polemizaron agudamente contra la hipocresía que acompañó desde un principio al orden familiar burgués: "El burgués mujeriego burla el matrimonio y cae secretamente en el adulterio … el joven burgués se hace independiente de su familia en cuanto puede, declarando prácticamente abolida la familia con respecto a su persona; pero el matrimonio, la propiedad, la familia se mantienen teóricamente indemnes, pues son, prácticamente, los fundamentos sobre los que ha erigido su poder la burguesía, por ser, en su forma burguesa, las condiciones que hacen del burgués un burgués … Esta actitud del burgués ante sus condiciones de existencia reviste una de sus formas generales en la moralidad burguesa. No hay por qué hablar de «la» familia en general. La burguesía imprime históricamente a la familia el carácter de la familia burguesa, que tiene como nexo de unión el hastío y el dinero y de la que forma parte también la disolución burguesa de la familia, pero de tal modo que la familia persiste siempre. A su sucia existencia corresponde el concepto sagrado que prevalece en los tópicos de los discursos oficiales y en la hipocresía general." (Carlos Marx, Federico Engels, La ideología alemana, págs. 207-208; el resaltado es de la Redacción RW). El matrimonio monogámico significa, en todas las sociedades de clases, monogamia para las esposas y hetairismo para los hombres, es decir, relaciones sexuales extramaritales, que en el curso del tiempo se convirtieron cada vez más en prostitución abierta. El objetivo de la monogamia es la procreación de hijos de paternidad indiscutible, los que pueden tomar posesión de la herencia paterna.  La necesidad económica de esta solidez mayor del vínculo matrimonial en la familia monogámica, a la cual en particular el cristianismo le ha puesto el sello con la expresión "hasta que la muerte os separe", resulta solamente de la propiedad privada. Pero la historia de las sociedades de clases no sólo produce la forma de familia típica que corresponde a una etapa social específica, sino también una forma de convivencia, muy difundida entre las clases desposeídas y oprimidas, que está realmente basada en el amor. Federico Engels escribió sobre esto: "En las relaciones con la mujer, el amor sexual no es ni puede ser, de hecho, una regla más que en las clases oprimidas, es decir, en nuestros días en el proletariado, desaparecen en estos casos todos los fundamentos de la monogamia clásica. Aquí faltan por completo los bienes de fortuna, para cuya conservación y transmisión por herencia fueron instituidos precisamente la monogamia y el dominio del hombre; y, por ello, aquí también falta todo motivo para establecer la supremacía masculina. Más aún, faltan hasta los medios de conseguirlo: El Derecho burgués, que protege esta supremacía, sólo existe para las clases poseedoras y para regular las relaciones de estas clases con los proletarios. Eso cuesta dinero, y a causa de la pobreza del obrero, no desempeña ningún papel en la actitud de éste hacia su mujer … Además, sobre todo desde que la gran industria ha arrancado del hogar a la mujer para arrojarla al mercado del trabajo y a la fábrica, convirtiéndola bastante a menudo en el sostén de la casa, han quedado desprovistos de toda base los últimos restos de la supremacía del hombre en el hogar del proletario, excepto, quizás, cierta brutalidad para con las mujeres, muy arraigada desde el establecimiento de la monogamia." (F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, pág. 70) El amor sexual individual y la verdadera igualdad como fundamento de la relación entre hombres y mujeres sólo pueden cobrar efecto en general cuando, con el paso de los medios de producción a propiedad común, la familia individual deje de ser una unidad económica. Con la aparición del capitalismo fue destrozado también el viejo orden familiar – relativamente estable durante siglos–, el cual había marcado el modo de vida de la masa de la población en la sociedad feudal. Sus familias fueron, la mayoría de las veces, comunidades de producción y de vida en el campo, en las que todos, desde los niños hasta los ancianos, participaban con igualdad. A ellas les incumbía el sustento de todos los miembros de la familia. El proletariado que crecía rápidamente reventó la estrechez rural de estas familias  cuando se trasladó a las grandes ciudades. Mientras en 1871 el 63,9 % de la población todavía vivía en comunidades con menos de 2.000 habitantes, en 1910 era sólo el 40 %. En 1871 el 36,1 % vivía en las ciudades (incluyendo 4,8 % en grandes ciudades), en 1910 ya era el 60 % (incluyendo 21,3 % en grandes  ciudades). (Jürgen Kuczynski, Die Geschichte der Lage der Arbeiter unter dem Kapitalismus [La historia de la situación de los obreros en el capitalismo], tomo 3, Akademie-Verlag, Berlín, RDA, 1962, pág. 253). Pero las condiciones de vida de las masas proletarias en las ciudades no les permitían en modo alguno asumir las nuevas relaciones familiares burguesas. En particular en la fase preimperialista del capitalismo, el ideal de familia burguesa sólo podía ser realizado en las familias de la burguesía y en partes de la pequeña burguesía. 

En el Manifiesto del Partido Comunista de Carlos Marx y Federico Engels leemos: "En qué bases descansa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. La familia, plenamente desarrollada, no existe más que para la burguesía; pero encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda familia para el proletariado y en la prostitución pública." (C. Marx, F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista, Ediciones en lenguas extranjeras, Beijing, 1987, pág. 55). La tarea principal de las familias de las clases dominantes es asegurar e incrementar la propiedad privada de los medios de producción mediante la herencia a sus hijos carnales, y criar a los sucesores de las clases dominantes. Las familias de la clase oprimida, por otro lado, tienen la tarea principal de producir y reproducir la fuerza de trabajo humana, para que ella siempre vuelva a estar disponible para su explotación por las clases dominantes. La contradicción fundamental del capitalismo, entre la producción social y la apropiación privada, condiciona la contradicción entre la producción social de bienes materiales y la producción y reproducción privada de la fuerza de trabajo humana. Esta contradicción que se volvió antagónica entre las dos clases de producción y reproducción de la vida inmediata precipitó a las familias proletarias, en el capitalismo de libre competencia, en la mayor miseria existencial.

Las condiciones de vivienda de las familias proletarias eran miserables.  Si no estaban forzadas a habitar en casuchas de madera en las afueras de las ciudades, tuvieron que hacinarse en los bloques de pisos levantados con materiales baratos – en agujeros enmohecidos sin calefacción, en apretujados cuartos para familias por lo general numerosas. Federico Engels describió esto en La situación de la clase obrera en Inglaterra: "… las grandes ciudades son pobladas principalmente por obreros … Esos obreros no poseen ellos mismos nada, y viven del salario que casi siempre sólo permite vivir al día; la sociedad individualizada al extremo no se preocupa por ellos, y les deja la tarea de subvenir a sus necesidades y a las de su familia; sin embargo, no les proporciona los medios de hacerlo de modo eficaz y duradero. Todo obrero, incluso el mejor, se halla por tanto, constantemente expuesto a la miseria, o sea, a morir de hambre, y buen número de ellos sucumben." (Federico Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, pág. 116).

La industria moderna atraía mujeres y niños, empujados en masa por el hambre, a la producción. En algunas ramas de la industria pronto constituyeron la mayoría de la fuerza de trabajo.

 Federico Engels escribió sobre las consecuencias de esto en la vida familiar: "De ese modo el orden social hace al trabajador la vida de familia casi imposible. Una casa inhabitable, sucia, apenas suficiente para servir de abrigo nocturno, raramente con calefacción, mal amueblada, y donde con frecuencia la lluvia penetra, una atmósfera asfixiante en una pieza con muchas personas, no permiten la menor vida de familia. El marido trabaja todo el día, así como la mujer y tal vez los hijos mayores, todos en lugares diferentes, y sólo se ven por la mañana y por la noche – y hay además la tentación continua del aguardiente; ¿dónde habría lugar para la vida de familia? Y sin embargo, el obrero no puede escapar a la familia, él debe vivir en familia; de ello resultan querellas y desacuerdos familiares perpetuos, cuyo efecto es extremadamente desmoralizador, tanto para los esposos como para los niños. La negligencia de todos los deberes familiares, los niños dejados al abandono, es sólo frecuente entre los trabajadores ingleses y las instituciones sociales actuales son en gran medida la causa de ello. ¿Y se quisiera que niños criados como salvajes en ese medio ambiente donde mayor es la inmoralidad y donde con frecuencia los padres participan en esa inmoralidad, se quisiera que estuviesen dotados sin embargo de delicadas conciencias morales? Las exigencias que el burgués satisfecho formula al obrero son verdaderamente demasiado ingenuas." (Ibíd., págs. 180-181). Fue principalmente el trabajo asalariado vitalmente necesario de las mujeres proletarias lo que se tornó incompatible con el orden familiar burgués: "El trabajo de las mujeres disgrega completamente la familia; porque cuando la mujer pasa diariamente 12 ó 13 horas en la fábrica y el marido trabaja también allí o en otra parte, ¿qué será de los niños? Ellos crecen libremente como la mala hierba, o se dan a cuidar fuera por 1 ó 1 1/2 chelines a la semana, y uno se imagina cómo son tratados. 

Por eso en los distritos industriales se multiplican de una manera horrorosa los accidentes de los cuales los niños son víctimas por falta de vigilancia … Con frecuencia las mujeres regresan a la fábrica tres o cuatro días después de dar a luz, dejando desde luego la criatura en la casa; durante las horas de descanso ellas corren de prisa a sus casas para amamantar al niño y comer ellas mismas un poco. ¡Es fácil de imaginar en qué condiciones tiene lugar ese amamantamiento!" (Ibíd., pág. 195). Los rasgos más importantes de la falta de familia entre los hombres y mujeres proletarias en el capitalismo de libre competencia eran:

la falta de propiedad;
el empleo de más y más mujeres en la industria, lo que fue facilitado por la división del trabajo y la mecanización;
las condiciones miserables de vivienda;
el deterioro perpetuo de las relaciones familiares;
la falta de protección a la maternidad;
la falta de cualquier tipo de cuidado médico para las familias de la clase obrera;
 la incapacidad de mujeres y hombres por llevar el hogar pues trabajaban hasta quedar exhaustos;
el descuido forzado de importantes funciones domésticas;
el abandono de los niños que crecen como hierba silvestre y las altas tasas de mortalidad infantil;
la indiferencia frente a la vida familiar o incluso su rechazo;
el desempleo de los hombres y la dependencia económica de sus esposas e hijos;
el desarrollo de instituciones organizadas conjuntamente para hacer frente a la vida cotidiana;
la ausencia de los hombres cuyos lugares de trabajo estaban lejos de sus familias;
la temprana emancipación de los hijos;
la desmoralización de los obreros debido particularmente al alcohol.

Los socialistas pequeñoburgueses lamentaban incesantemente las condiciones de vida miserables y la desmoralización de las clases bajas. Pero desconocieron al mismo tiempo el elemento progresista inherente a este proceso, el que ponía en cuestión toda la organización de la vida del capitalismo.  Federico Engels polemizó con ellos así: "Los socialistas son enteramente bondadosos y pacíficos … Además, ellos no cesan de lamentarse de la desmoralización de las clases inferiores, no ven absolutamente ningún elemento de progreso que detenga esa disgregación del orden social, y no piensan por un instante que la desmoralización provocada por el interés privado y la hipocresía es mucho peor en las clases poseedoras." (Ibíd., págs. 302-303). La falta de familia en la clase obrera fue también una importante condición material para el surgimiento del movimiento juvenil socialista. En un libro del revolucionario ruso Gueorgui Chicherin, publicado en 1919, se leía: "El factor principal que ha llevado al surgimiento del movimiento juvenil socialista es el orden social capitalista. 

Precisamente este orden es el que arranca al joven y la muchacha de la familia, los arroja al mercado laboral, y aún en edad infantil, los convierte en objetos a los que se puede extraer plusvalía en beneficio de la clase dominante. Pero al mismo tiempo, el capital explotador de la juventud cambia profundamente la naturaleza de sus relaciones con la familia y su conciencia en general. Económicamente, los jóvenes, que han entrado en las filas del ejército de trabajadores asalariados, ya vuelan con alas propias, y la familia deja de ser un lugar de protección y educación para ellos … En breve, el ruido de los martillos a vapor y el chirrido de las ruedas de las empresas capitalistas despiertan en los jóvenes proletarios la conciencia de que son personalidades humanas con derechos y deberes propios." (Skizzen aus der Geschichte der Jugend-Internationale [Perfiles de la historia de la Internacional de la Juventud] reimpreso, Karl-Liebknecht-Verlag, Erlangen, 1971, págs. 44-45). Contra la glorificación de los "buenos viejos tiempos" por el movimiento de los "populistas", Lenin también enfatizaba: "El significado progresista del capitalismo consiste precisamente en que destruyó las anteriores limitadas condiciones de vida del hombre, que engendraban la estrechez mental y no permitían a los productores ser artífices de su propio destino. El enorme desarrollo de las relaciones comerciales y del intercambio mundial, y las incesantes migraciones de enormes masas de la población, rompieron las trabas seculares de la gens, de la familia y de la comunidad territorial y crearon esa diversidad del desarrollo, esa «diversidad de talentos y esa riqueza de relaciones sociales» que desempeñan tan importante papel en la historia contemporánea de Occidente." (Lenin, El contenido económico del populismo, en Obras Completas, tomo 1, pág. 453). Tan miserables como solían aparecer las condiciones de vida de las mujeres proletarias, así también prepararon la solución al antagonismo en sus vidas. El Manifiesto del Partido Comunista nos dice: "Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente." (C. Marx, F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista, pág. 47).

La promoción de los lazos familiares entre los obreros con el surgimiento del imperialismo
La forzosa falta de familia ponía en cuestión la función de las familias obreras como unidades económicas para la producción y reproducción de la fuerza de trabajo humana.

No se podía ignorar el hecho, que fueron precisamente los obreros y las obreras solteros, sin familia, los que pusieron resistencia y emigraron cuando las condiciones de trabajo se volvieron intolerables. En un análisis de la ciudad de Bochum, Alemania, David Crew comprobó que: "Entre 1880 y 1900, la población de Bochum creció de 32.798 a 64.702 – un incremento de 31.904 personas. El excedente real de nacimientos sobre los fallecimientos fue de 21.097, así podemos asumir que en estos 20 años por lo menos 10.807 personas migraron a Bochum. Informes de la policía local indican que la amplitud de la inmigración efectiva a la ciudad fue apreciablemente mayor y totalizó de hecho 232.092. La enorme discrepancia entre las dos cifras se explica por las circunstancias de que en el período en cuestión por lo menos 194.836 personas dejaron la ciudad." (David F. Crew, Bochum,Sozialgeschichte einer Industriestadt 1860-1914 [Bochum, Historia social de una ciudad industrial], Verlag Ullstein, Berlín, 1980, pág. 71). De vez en cuando esto originó rápidamente una escasez de obreros especializados. Los obreros y obreras faltos de familia fueron también los que encabezaron el joven y ambicioso movimiento obrero. La concesión de reformas sociales y la promoción de los lazos familiares fueron usados para oponerse a esto. David Crew lo describió de esta manera: "Un trabajo seguro y un ingreso regular eran más importantes para el trabajador casado que la perspectiva incierta de un mejoramiento en su situación en alguna otra ciudad. Por eso aguantó una situación laboral insatisfactoria y salarios más bajos. Los empresarios de Bochum sabían eso muy bien y trataron de sacar  provechos. Ofrecían cierta seguridad a los trabajadores casados a cambio de su lealtad. Invertían importantes sumas en viviendas de la empresa para los trabajadores y otras medidas sociales; cuando los negocios decaían primero despedían los obreros solteros y, por lo menos en un caso, permitieron a los hombres casados volver al trabajo después de una huelga. Los trabajadores solteros, por el contrario, habían sido reemplazados por rompehuelgas." (Ibíd., pág. 74).

El Estado tenía que restablecer y mantener la capacidad de funcionamiento de la familia mediante concesiones y leyes sociales. Los monopolios necesitaban una base social estable sobre la cual su política imperialista pudiera funcionar. El desarrollo imperialista, a su vez, procuró ganancias extras a los monopolios capitalistas, lo cual les posibilitó satisfacer una capa privilegiada de obreros con algunas migajas adicionales. Bajo el gobierno del canciller del Reich, Bismarck, el movimiento obrero fue brutalmente reprimido mediante la ley contra los socialistas; al mismo tiempo, entre 1883 y 1889 fueron dictadas las primeras leyes sobre seguro de enfermedad, seguro de accidentes y de vejez, instituciones que hasta entonces habían existido solamente como autoorganizaciones sindicales. Bismarck expresó abiertamente el objetivo que perseguía con esto: "Una persona con una pensión por vejez está mucho más satisfecha y es más fácil de manejar que alguien que no tiene ninguna expectativa por conseguirla. Consideren la diferencia entre un servidor privado, un empleado de oficina o un  empleado de la corte: este último va a tolerar mucho más, va a tener mucha más fidelidad a su trabajo que el primero, pues él espera una pensión." (Citado en: Jürgen Kuczynski, Geschichte des Alltags des deutschen Volkes [Historia de la vida cotidiana del pueblo alemán], tomo 4, Pahl-Rugenstein Verlag, Köln, 1982, pág. 47). Así, el objetivo era cercenar las eudales patriarcales. De acuerdo a este código, la esposa tenía la obligación de obediencia absoluta frente al esposo. El apellido del esposo se convertía en el apellido de la familia. El decidía en todos los asuntos de la vida conyugal; él determinaba el lugar del domicilio, administraba la propiedad, incluida la de su esposa; la propiedad adquirida durante el matrimonio le pertenecía solamente a él; sólo él poseía la "patria potestad" sobre los hijos. 

Si una mujer tenía un hijo extramatrimonial el Estado le asignaba un tutor. La esposa estaba obligada a llevar el hogar y si el marido así lo deseaba, a ayudarlo en su negocio. A ella se le permitía tener una relación laboral con terceros sólo con el consentimiento del marido. Sus "obligaciones maritales" incluían hasta su disponibilidad sexual frente al marido en cualquier momento. Recién en 1958 fueron abolidas estas reglamentaciones semifeudales del Código Civil Alemán. Aunque los imperialistas sólo lograron hacer realidad el orden familiar burgués en una capa privilegiada de la aristocracia obrera, estas leyes matrimoniales, sin embargo, operaron como un factor de mantenimiento del orden que llegó hasta las capas más bajas de la clase obrera.

La política familiar fascista
El fascismo hitleriano no fue sólo el abierto dominio terrorista de los monopolios contra la clase obrera, también implicó una regresión completa a la oscuridad de las relaciones familiares feudales. Con el comienzo de la dictadura fascista, las mujeres fueron expulsadas sistemáticamente de la vida pública. Bajo la consigna "la política es extraña a la naturaleza de la mujer" (Gerda Szepansky, Blitzmädel, Heldenmutter, Kriegerwitwe [Muchacha relámpago, madre de héroes, viuda del guerrero], Fischer Taschenbuch Verlag, Francfort del Main, 1986, pág. 11), las mujeres fueron despojadas del derecho a ser elegidas para funciones y cargos públicos. En grandes sectores de la administración pública, perdieron todo derecho a un puesto de trabajo. Al mismo tiempo, se practicaba una verdadera glorificación de la familia y la maternidad. En su libro programático, Mi lucha, Hitler ya declaraba que: "El objetivo de la educación de las mujeres inalterablemente debe ser su futuro como madres." (Adolf Hitler, Mein Kampf [Mi lucha], Zentralverlag der NSDAP, Munich, 1927, pág. 460). Las mujeres fueron engatusadas a unirse a las organizaciones de masas fascistas, en particular la NS Frauenschaft (organización de mujeres), que tenía más de seis millones de miembros en 1941. En 1934 Hitler había declarado como tarea de la NS Frauenschaft, que el programa de la organización contenía "sólo un punto – y este punto es el niño". (Hans-Jürgen Arendt, Nationalsozialistische Frauenpolitik vor 1933 [Política nacionalsocialista para las mujeres antes de 1933], dipa-Verlag, Francfort del Main, 1995, pág. 30). En la Deutsches Frauenwerk (Asociación de mujeres alemanas) y la Bund deutscher Mädel (BDM, Liga de muchachas alemanas), una "revalorización" de la mujer como ama de casa y madre así como "servidora del pueblo" fue llevado a cabo demagógicamente. La mujer "alemana" fue "honrada" en forma racista con la cruz del Mérito a la madre y préstamos estatales para las parejas recién casadas, sólo para degradarla, simultáneamente, como productora del pueblo alemán, el único "merecedor de vida". El préstamo estatal a las parejas recién casadas –de 600 a 1.000 marcos del Reich, alrededor de cinco meses de salario de un obrero industrial– era otorgado solamente si la esposa dejaba el puesto de trabajo que había ocupado previamente. En 1933 los fascistas instauraron el "Día de la Madre" como una institución fija en Alemania. Además, en 1939 por primera vez hubo la cruz del Mérito a la madre, pero sólo después del cuarto hijo. 

El 20 de junio de 1938, por primera vez una mujer y madre, la joven comunista y combatiente de la resistencia Liselotte Herrmann, fue condenada a muerte y ejecutada por los fascistas – una cachetada en el rostro de toda la demagogia familiar fascista. El 18 de marzo de 1943, por causa de "perjuicio contra la fuerza vital del pueblo alemán", se decretó la pena de muerte para cualquier persona que prestara asistencia a un aborto y se reintrodujeron penas de reclusión para las mujeres involucradas. Esto no fue abolido por el Bundestag (parlamento federal) sino hasta 1953. (SPD Bavaria, Zusammenstellung von Daten und Fakten zur Reform des §218 [Compilación de datos y hechos respecto a la reforma del artículo 218], Munich, 1997, pág. 1; Tursky-Hartmann, Die Berichterstattung über Abtreibung im "Spiegel" von 1975 bis 1990 [Informes sobre el tema del aborto en la revista Spiegel desde 1975 hasta 1990], disertación, Mainz 1996, pág. 5). Las mujeres judías, las obreras de otros países sometidas al trabajo forzoso y las mujeres discapacitadas fueron, por el contrario, obligadas al aborto y la esterilización. Los homosexuales fueron secuestrados hacia los campos de concentración. El colmo de la degradación de las mujeres fue la institución "Lebensborn" (Fuente de vida), donde los hombres de la SS, "racialmente puros", debían engendrar hijos con mujeres solteras, y donde eran criados los niños secuestrados de otros países y considerados "arios". (Georg Lilienthal, Der Lebensborn e. V., Fischer Taschenbuch Verlag, Francfort del Main, 1993).

La Segunda Guerra Mundial puso también fin al orden familiar fascista. Millones de mujeres con sus hijos fueron forzadas a hacer frente a la vida cotidiana durante la guerra, mientras los hombres peleaban y morían en la guerra imperialista de rapiña de Hitler. Esto hizo crecer el cansancio de guerra entre las mujeres y las campañas fascistas dirigidas a ganar a las mujeres como mano de obra fueron cada vez menos eficaces. En la vida diaria las mujeres comenzaron a resistir al fascismo, por ejemplo suministrando secretamente comida a los prisioneros de guerra, o escondiendo judíos y luchadores de la resistencia a riesgo de su propia vida. Las mujeres tomaron parte activa en la resistencia organizada contra el fascismo hitleriano.

El orden estatal y familiar burgués mostró abiertamente su cara reaccionaria y antifemenina en el fascismo hitleriano. Pero también reveló el antagonismo entre el modo de producción y de vida capitalistas, que necesariamente debe terminar en la barbarie si el capitalismo no es reemplazado por el socialismo.