miércoles, 25 de enero de 2012

¿“IMPERIO” NO IMPERIALISMO?

(Una crítica a los teóricos del neoliberismo)

QUIBIAN GAYTAN
 


“Nunca discuto sobre nombre,
siempre y cuando me adviertan
sobre  el  sentido que se le da”.
PASCAL 




Junto al término “Globalización” también, desde los 80, se puso de moda el de “imperio” (o más gráficamente “imperio global”). Con ellos se ha buscado definir el actual nivel alcanzado por el tendencial proceso histórico de universalización de la economía, como aquel correspondiente de la unificación política de la humanidad “postmoderna”,  impulsado bajo la égida del Capital monopolista de Estado.

   Constatando el hecho de la temporal derrota del Internacionalismo Proletario, principalmente en su forma de internacionalización socialista desde el poder, y de la retoma de la ofensiva de la internacionalización capitalista por la burguesía imperialista, los teóricos del neoliberismo, tanto de la derecha cavernaria como de la “izquierda” anarco-trotskista, han cazado la ocasión para confundir la mente de la gente y renovar viscerales ataques contra el Marxismo-Leninismo, hoy Maoísmo.

   Se esfuerzan, tras un fárrago de neologismos, rico sólo en palabras ayunas de contenido, en poner en cuestión principios y categorías científicas probadas y demostradas al calor de la práctica revolucionaria y constructiva socialistas de la clase obrera mundial, a lo largo de dos siglos de intransigente lucha de clase. Rechazables, según ellos, por ser propias de la ya fenecida Era Moderna, signada por el capitalismo industrial y por el imperialismo de base nacional. De ahí se deduciría (o deducen) que Marx, uno de los pensadores de dicha Era, y sus análisis económicos del capitalismo, siempre y cuando despojado de su herencia “dialéctica hegeliana” (sobre éste “pecado” de Marx y de sus discípulos volveré más adelante), aunque caduco, resulta aún consultable. ¿Le agradeceremos ésta, aunque mustia , flor tirada a Marx? No, por cierto. No la necesitamos, ni nos exime de darles unas nalgadas.

    ¿Y Lenin? Bueno, con éste ya no hay por qué tener ese miramiento. Respecto a él nuestros teóricos neoliberistas pierden la cabeza. Le culpabilizan de abusar de la teoría. Al pretender sentar las bases teóricas y prácticas de la construcción del socialismo soviético abrió las puertas del poder a Stalin, signifique lo que signifique tal aserto. Sus expectativas teóricas y prácticas no se han cumplido, por lo que resultaría invalidado por los hechos. Por lo que, hoy, correspondería hablar o bien de “imperio” o “imperio global”, en la fórmula del neobakuninista Antonio Negri, o bien de “neoimperialismo” en la versión reciclada trotskista (a la James Petras), y no de imperialismo en la acepción leninista del concepto económico-social.

   Toni Negri, ese gran gurú de la llamada Autonomía Obrera o anarquismo de nuevo tipo italiano, autoproclamado “discípulo de Marx” (¡pobre Marx!), explicando su fantasioso “imperio global” escribe: “El mundo ya no está gobernado por sistemas políticos estatales” (así de rotundo es. Nm. Q. G.) “… Está gobernado por una única estructura de poder que no presenta ninguna analogía significativa con el Estado moderno de origen europeo. Es un sistema político descentralizado y desterritorializado, que no se halla requerido a tradiciones y valores étnico-nacionales, y cuya sustancia política y ética es universal cosmopolita…”. Concluyendo, “… Imperio es la denominación más apropiada para este tipo de poder global”. (El imperio y la multitud. Un diálogo sobre el nuevo orden de globalización. Antonio Negri y Danilo Zolo. Octubre de 2002).

   Si no sabías lo que es galimatías, aquí tenemos  una de la más pura cepa. Un imperio que aún está por verse, dado que su proceso “de constitución está en marcha”; un
sistema político descentralizado que no tiene semejanza alguna con los sistemas estatales vigentes (externo, pues, a la vulgar realidad política concreta); sin referente alguno con las tradiciones histórico-nacionales (en otras palabras, sin clase portadora a través del tiempo). De lo que se colige, necesariamente, que si aún está en construcción, no existe en el espacio, es extra-temporal, ni posee una estructura formalmente institucionalizada, entonces, no existe como realidad objetiva.

 ¿Os ofenderéis si llamo a todo eso subjetivismo e irracionalismo?

   Y como ya ha declarado, públicamente,  su rechazo del Materialismo Dialéctico y del Materialismo Histórico infamados por él mismo como “teleologismo”, se deja ver con discípulos del “materialismo de Marx” como éste el famoso maestro no necesita enemigos. Pues, ¿qué es el materialismo filosófico sin la dialéctica elaborada por Marx por “moderno que sea”? Materialismo mecanicista, metafísico, una regresión reaccionaria en filosofía al materialismo pre-marxista. Negri creyendo saltar del modernismo al postmodernismo, ha dado con sus huesos en la pre-modernidad.

   Si le creemos, y no hay por que dudar de su sinceridad, él es partidario del “materialismo de Marx”. Sólo rechaza eso de “sujeción a leyes generales del desarrollo social”, lo que le parece un determinismo absoluto (“teleología”) conculcador de la libre voluntad del individuo humano. Así ya vamos viendo de que pierna cojea. Toda su rebelión contra la “herencia hegeliana” del materialismo de Marx, se reduce a su pretensión de salvaguardar lo que tiene el pequeño burgués por más sagrado: su YO personal ante todo.

Lo que le liga indisolublemente al individualismo burgués. De ahí su airado rechazo a cualquier encuadramiento disciplinario bajo la voluntad colectiva de la clase obrera y del Partido comunista revolucionario. El reconocimiento de la sujeción del ser social y de todo ser humano individual a las leyes generales que rigen la vida social, así como la posibilidad de que los mismos pueden incidir activa y conscientemente en la naturaleza y en la sociedad al conocerlas y dominarlas, es lo medular en la filosofía marxista. Para ella el lazo existente entre individuo, clase y partido lo viene a ser esa misma unidad que se da entre el materialismo filosófico marxista y la dialéctica materialista marxista, concretada en encuadramiento orgánico irrompible. Ellos forman un todo armónico, concatenado,  único y particularizador frente a toda otra concepción general, frente a toda otra escuela filosófica materialista. Ingrata tarea, por reaccionaria y concesionista al idealismo subjetivo filosófico, eso de ser “marxista” y rechazar
airadamente lo que tiene de más revolucionario el pensamiento marxista-leninista la dialéctica materialista.

   Además, cabe aquí remarcar, ésta “rebelión” contra los lazos que unen a la filosofía marxista al hegelianismo, una de sus fuentes de origen precisamente, no es nueva y mucho menos por venir desde dónde viene. Hace 98 años los anarquistas georgianos y rusos, antepasados por línea directa de los autonomistas italianos, se ameritaron dura crítica del camarada Stalin por igual pretensión de amalgamar la visión y el método dialécticos idealista de Hegel con la dialéctica materialista de Marx.

   Como ellos, los ácratas georgianos, intentaban atacar el marxismo y denigrar a Marx porque había asumido el “método dialéctico” de Hegel, un “partidario de la restauración”, de un “conservador”, de un “reaccionario”, Stalin hubo de recordarles que “el sistema filosófico de Hegel, que se basa en la idea inmutable, es metafísico desde el principio hasta el fin. Pero… el método dialéctico de Hegel, que niega toda idea inmutable, es científico y revolucionario .” (J. Stalin, ¿Anarquismo o Socialismo?, p. 22. 1907). Marx rechazó ese sistema idealista y adoptó su método dialéctico, poniéndole sobre bases materialistas.

   Negri, como sus epígonos del patio, podrá proclamarse cuanto quiera un “discípulo”, pero nosotros de plano rechazamos tal pretensión.

   Después de esta digresión, prosigamos. Sobre esto de “imperio” Negri y el catedrático gringo Michael Hardt han escrito un libro epónimo. En él, no con mayor seriedad, dicen, “… las dimensiones originales universales o universalizantes del capitalismo no puede escondernos la ruptura o el cambio radical en la producción capitalista contemporánea y en las relaciones de poder a escala mundial”. Agregando a continuación, “eso que ha sido habitualmente conflictos o rivalidades entre muchas potencias imperialistas ha sido reemplazado por la idea de un poder único… Resueltamente… postimperialista”. (Hardt y Negri, Imperio, p. 32. El subrayado es mío. Q. G.).
 
   Ponga atención el lector en ese “ruptura radical en la producción capitalista” y en ese superamiento de “conflictos y rivalidades” interimperialista. Medite sobre ellas y encontrará son viejas, viejísimas. Apenas asomadas, tras ellas, encontrará las orejas de burro del revisionista Carlos Kautzky. Dice éste, citado por Lenin, en El Imperialismo, t. 27, p. 437:

   “¿No puede la política imperialista actual ser desalojada por otra nueva, ultraimperialista, que en vez de la lucha de los capitales financieros nacionales entre sí colocase la explotación común de todo el mundo por el capital financiero unido a escala internacional? La carencia de premisas suficientes impide afirmar si es realizable o no”. (Las cursivas son mías. Q. G.).

   Como puede ver son palabras por palabras, las mismas de Negri y Hardt. Más aun, el inventado imperio de Negri tiene la misma base que el no menos fantasioso “ultraimperialismo” de Kautzky,  la imaginación  calenturienta  de los autores.

Ya que es el resultado de los retorcimientos cerebráicos de un “superinteligente” filósofo político subjetivo, que ha pretendido suplantar la definición categóricamente exacta y científica, leninista, del imperialismo con una idea audaz, pero quedándonos a deber la prueba.

   Por otro lado, eso de “ruptura o cambio radical en la producción capitalista”. Aparentemente se están refiriendo a una transformación profunda, revolucionaria, a un salto cualitativo en el capitalismo. A una revolución social  ocurrida en la producción capitalista. No lo dicen así, pero lo insinúan. Pero de eso, nada. En realidad, ellos hablan de un “cambio radical en la producción capitalista” no en las relaciones sociales de producción capitalistas, que no es lo mismo. Para un marxista-leninista el concepto de “revolución económica”  hace referencia a la ruptura radical de las viejas relaciones de clases establecidas en la producción, a la sustitución de las antiguas clases propietarias de los medios de producción por otras clases, nuevas, que se apropian, expropian y devienen nuevas clases económicamente dominantes. Por ende, la sustitución de una formación económico-social por otra.

   Para Negri y Hardt es otra cosa. Ellos están haciendo     referencia a los trascendentales cambios económicos ocurridos en los medios de producción, por la aplicación de los nuevos y grandiosos descubrimientos científicos a la producción, en estos últimos 30 o 40 años. La automatización, la robotización y la adopción del “toyotismo” en reemplazo del Taylorismo en la cadena de producción, en fin, se refieren a lo que se llama la “revolución técnico-científica” o Tercera revolución industrial. Sólo que soslayan el hecho prosaico de que esos impulsos tecnológicos, esa robotización, etc., no es lo verdaderamente importante a tomar en cuenta. Lo verdaderamente importante resulta ser el uso capitalista de tales ingenios tecnológicos.

   Así pues  Negri  y  Hardt, cuando  los marxistas  leninistas a lo largo de este  último siglo han enfrentado, desenmascarado y expulsado a los oportunistas economicistas de la filas del movimiento obrero revolucionario, vienen a meternos por la puerta de la cocina la vieja y podrida teoría revisionista kaustkiana-kruschevista de las fuerzas productivas. ¡Vaya súperrevolucionarios! ¡Ridículo ratón ha parido la montaña!

  Verdaderamente van de traspiés en traspiés. Eso es así porque, si nos atenemos a su mentada definición de ese “imperio global”, encontraremos que ella cojea de los dos patas.

  

   Primeramente,  porque “olvida” o soslaya vergonzosamente el principio más elemental del método de investigación marxista, el análisis concreto, de la realidad concreta.
   
   Puesto a hablar de imperio (imperium, como mando político-militar centralizado y concentrado en manos de un caudillo, de una oligarquía, o de una clase social o de una alianza de clases, nacional o extra-nacional, ya sea en la forma de monarquía o de república democrática-burguesa), no es permisible separar economía de política, economía imperialista de política imperialista. 

   Así no podría habérsele escapado el hecho sencillo, comprobado por la historia,  de que imperios ha habido muchos en el concurrir económico y político de la humanidad. Cada uno de ellos con su particular base real o modo de estructuración de su sistema de relaciones sociales económicas y sus correspondientes relaciones socio-políticas sobreestructurales. Predeterminadas por el conjunto de leyes universales propias a toda formación clasista y por aquellas generales que particularizan a tal o cual formación histórica concreta, y que rigen su automovimiento social, especificándolos dentro del curso general de la historia de las formas económico-sociales. 

   Así, por ejemplo, el imperio Inca, en nuestra América, con su base real  enraizada en el despotismo comunaritarista agrario; los imperios persa y romano, sobreestructura política, militar e ideológica que fueron  del modo de producción esclavista;  el Imperio de Carlomagno y aquel Español de Carlos V, sustentados en el feudalismo. Ello es, científicamente valido, aplicable a la sociedad capitalista en un determinado estadio de su desarrollo económico y político.

   De ahí, se concluye, imperio o imperialismo por “global” que llegue a ser, es realidad histórica concreta, con clase social portadora y con unos dados objetivos nacionales e internacionales dictados por la necesidad de expansión de su base real, o mera especulación política de idealista histórico.

  Segunda metida de pata. Por cuanto eso de “nueva etapa” del capitalismo, “post-imperialista” dice, no lo ha probado de modo alguno. La idea de la dominación hegemónica del capital financiero como un trust único gerenciando y administrando al planeta, tiene como base la tendencia económica de onda larga del capitalismo desarrollado, como capitalismo monopolista de Estado, a la internacionalización del capital y de las relaciones capitalistas de producción; proceso, aunque profundo, cuantitativo y no cualitativo del imperialismo. Dado que este capital internacionalizado, que trae aparejado la imposición de las relaciones capitalistas de explotación por la cuatro esquinas del planeta, constituye un estadio, si se quiere, una fase particular, nueva, del imperialismo en putrefacción.

 Puesto que lleva en sí, contradictoriamente, un salto cualitativo con su universalización de la socialización de las fuerzas productivas y su aperturamiento, en estas nuevas condiciones, hacia la revolución proletaria internacional.

   Por lo que, la subyacente idea que implica, la de una “hegemonía absoluta” del súper imperialismo norteamericano y la dominación sin participación del “imperio estadounidense”, mira unilateralmente a Usa como único y principal enemigo de los pueblos y naciones, sin rivales ni competencia. Este anti-yanquísmo primario ha servido a los revisionistas modernos, del tipo de los partidopueblistas, para cubrir, ayer, la penetración del socialimperialismo soviético en el Tercer Mundo, y hoy a los falsos anti-imperialistas para crear ilusiones pro-europeas, también actualmente superpotencia.

   Lenin por su parte, marxista auténtico, por el contrario, luego de una exhaustiva y documentada investigación económica, de la historia económica y política del mundo capitalista de su época, a partir de la monumental obra de Carlos Marx, El Capital, y del estudio de los más serios investigadores de la socialdemocracia europea y economistas liberales, remarca que el capitalismo en su desarrollo sólo ha conocido dos etapas -sólo dos-, el capitalismo industrial o  concurrencial  y el capitalismo monopolista o imperialismo. Definiendo a éste último como “etapa superior y última del capitalismo”. Señalando, además, su lugar histórico  como “antesala del socialismo”. Cerrando así la puerta a cualquier ulterior especulación “genial” respecto a un novísimo estadio o etapa post-imperialista del capitalismo. 


   Lenin ha apuntado, con claridad, los seis rasgos característicos definitorios de la categoría “imperialismo”. (1) Concentración de la producción y surgimiento de los monopolios; (2) Los bancos y su nuevo papel; (3) El capital financiero y la Oligarquía financiera; (4) La exportación de capitales; (5) El reparto económico del mundo entre las asociaciones capitalistas; (6) El reparto territorial entre las grandes potencias. Por lo que llevamos dicho, se puede deducir, ningún hecho económico o político, por trascendental que halla sido ha alcanzado a alterar, sustancialmente, alguno de dichos rasgos.

   Ellos continúan guardando toda su validez. Incluso un “osado” literario como Negri ha debido tomar en cuenta eso. Ya que para sustentar su inventado término de “imperio global”, escamotea a Lenin, sea por pereza mental o sea por malafé. El saca arbitrariamente de su contexto los rasgos (5) y (6), los hiperboliza, luego por arte de birlibirloque los encierra en una definición unilateralmente política  y ya esta, tenemos consagrado dicho novísimo término, dudosamente científico y más exactamente utilizable en función anti-marxista-leninista. 

   Puesto que a que viene eso de “reemplazo de la rivalidad y conflictos” entre superpotencias imperialistas, entre éstas y las emergentes potencias regionales, y entre las potencias coloniales y los países semi-coloniales y neocolonias.  Si no es que para propalar la perspectiva de la atenuación de la desigualdades y contradicciones en esta economía globalizada. Cuando en realidad, ella las reproduce y agudiza. Pero Negri, sentado en la cumbre de la inteligencia pura, no lo percibe así. Él, devenido en moderno Catón “el censor” de los movimientos revolucionarios proletarios y de los movimientos de liberación nacional antiimperialistas, sentencia:

   “La historia de las guerras imperialistas, interimperialistas y anti-imperialistas ha terminado, El fin de esta historia ha dado paso al reino de la paz. O, en verdad, hemos entrado en la era de los conflictos menores e internos” . (El subrayado es mío. Q. G.).

   ¡Aja! Que trate de probar eso. El vuelto de espalda a una desagradable realidad -igualito que su gemelo, desde la derecha, Rubén D. Souza-, solo ve lo que quiere ver. Desde 1945 se han registrado más de 200 guerras menores y guerras civiles. Si hablamos a partir de 1996, hay un salto espeluznante: 25 guerras y 21 conflictos armados (1997), 32 guerras y 17 conflictos armados (1998), 34 guerras y 14 conflictos armados (1999), 35 guerras y 12 conflictos armados (2000) y pare usted de contar. Nada, pues, de “distensión”, de “clima de paz y de dialogo”, de “capitalistas sensatos frente a capitalistas salvajes”, como sueñan los oportunistas. Al contrario, guerras imperialistas de agresión, guerras de liberación nacional anti-imperialistas, guerras civiles reaccionarias y guerras civiles revolucionarias, son la tónica de la época actual.

   En vez, pues, de un imperialismo pacífico, de imperio del Estado de derecho y domado, un imperialismo altamente belicoso, armado hasta los dientes, sediento de sangre y materias energéticas.

   Ciertamente no hay, por ahora, una abierta confrontación bélica entre las grandes potencias. Sólo que, la confrontación y la lucha armada entre ellas se realizan por intermedio de sus peones en los diversos países dependientes, semi-coloniales y neocoloniales. Los que son movilizados y empujados por ellas, en búsqueda de ganar posiciones estratégicas frente a sus socios y rivales. Pero, las leyes de la guerra tienen su propia lógica de desenvolvimiento. Dejadla a su libre arbitrio, no hagamos intervenir a la poderosa fuerza revolucionaria de los partidarios de la paz y pronto veremos engarzados a los “pacíficos” y “domados” imperialistas, sumergiéndonos con ellos, en una nueva carnicería mundial.
 
   Pues, muy a pesar de la buena voluntad de los filósofos subjetivistas, las guerras y peligros de guerra son ley inherente al sistema imperialista mundial, la que sólo será barrida de la faz del planeta luego del triunfo de la revolución socialista internacional. La base objetiva de ellas, además de la propiedad privada capitalista, la desigualdad del desarrollo económico y político de los grupos monopolistas y de los mismos países capitalistas.

   Al respecto señala el camarada Mao Tse-tung, “La guerra, iniciada con la aparición de la propiedad privada y de las clases, es la forma más alta de lucha para resolver, en una cierta fase de su desarrollo, las contradicciones entre las clases, naciones, Estados y grupos políticos”·.

   Por su parte el camarada Stalin ha remarcado:

   “¿Cuáles son los elementos fundamentales de la ley de la desigualdad del desarrollo bajo el imperialismo?
   “En primer lugar, el hecho de que el mundo está ya repartido entre los grupos imperialistas, de que en el mundo no hay más territorios “libres”, vacantes, y de que, para ocupar nuevos mercados y fuentes de materias primas, para ensancharse, hay que arrebatar a otros esos territorios por la fuerza.
   “En segundo lugar, el que el inusitado progreso de la técnica y la creciente nivelación del grado de desarrollo de los países capitalistas han hecho posible y facilitado que unos países, a saltos, se adelanten a otros, que unos países más poderosos sean rebasados por otros, menos poderosos, pero que se desarrollan rápidamente.
   “En tercer lugar, el que la vieja distribución de las esferas de influencia entre distintos grupos imperialistas choca cada vez con la correlación de fuerzas en el mercado mundial;  el que para establecer  el “equilibrio” entre la vieja  distribución de las esferas de influencia y la nueva correlación de fuerzas, se     Primeramente,  porque “olvida” o soslaya vergonzosamente el principio más elemental del método de investigación marxista, el análisis concreto, de la realidad concreta.
   
   Puesto a hablar de imperio (imperium, como mando político-militar centralizado y concentrado en manos de un caudillo, de una oligarquía, o de una clase social o de una alianza de clases, nacional o extra-nacional, ya sea en la forma de monarquía o de república democrática-burguesa), no es permisible separar economía de política, economía imperialista de política imperialista. 

   Así no podría habérsele escapado el hecho sencillo, comprobado por la historia,  de que imperios ha habido muchos en el concurrir económico y político de la humanidad. Cada uno de ellos con su particular base real o modo de estructuración de su sistema de relaciones sociales económicas y sus correspondientes relaciones socio-políticas sobreestructurales. Predeterminadas por el conjunto de leyes universales propias a toda formación clasista y por aquellas generales que particularizan a tal o cual formación histórica concreta, y que rigen su automovimiento social, especificándolos dentro del curso general de la historia de las formas económico-sociales. 

   Así, por ejemplo, el imperio Inca, en nuestra América, con su base real  enraizada en el despotismo comunaritarista agrario; los imperios persa y romano, sobreestructura política, militar e ideológica que fueron  del modo de producción esclavista;  el Imperio de Carlomagno y aquel Español de Carlos V, sustentados en el feudalismo. Ello es, científicamente valido, aplicable a la sociedad capitalista en un determinado estadio de su desarrollo económico y político.

   De ahí, se concluye, imperio o imperialismo por “global” que llegue a ser, es realidad histórica concreta, con clase social portadora y con unos dados objetivos nacionales e internacionales dictados por la necesidad de expansión de su base real, o mera especulación política de idealista histórico.

  Segunda metida de pata. Por cuanto eso de “nueva etapa” del capitalismo, “post-imperialista” dice, no lo ha probado de modo alguno. La idea de la dominación hegemónica del capital financiero como un trust único gerenciando y administrando al planeta, tiene como base la tendencia económica de onda larga del capitalismo desarrollado, como capitalismo monopolista de Estado, a la internacionalización del capital y de las relaciones capitalistas de producción; proceso, aunque profundo, cuantitativo y no cualitativo del imperialismo. Dado que este capital internacionalizado, que trae aparejado la imposición de las relaciones capitalistas de explotación por la cuatro esquinas del planeta, constituye un estadio, si se quiere, una fase particular, nueva, del imperialismo en putrefacción.

 Puesto que lleva en sí, contradictoriamente, un salto cualitativo con su universalización de la socialización de las fuerzas productivas y su aperturamiento, en estas nuevas condiciones, hacia la revolución proletaria internacional.

   Por lo que, la subyacente idea que implica, la de una “hegemonía absoluta” del súper imperialismo norteamericano y la dominación sin participación del “imperio estadounidense”, mira unilateralmente a Usa como único y principal enemigo de los pueblos y naciones, sin rivales ni competencia. Este anti-yanquísmo primario ha servido a los revisionistas modernos, del tipo de los partidopueblistas, para cubrir, ayer, la penetración del socialimperialismo soviético en el Tercer Mundo, y hoy a los falsos anti-imperialistas para crear ilusiones pro-europeas, también actualmente superpotencia.

   Lenin por su parte, marxista auténtico, por el contrario, luego de una exhaustiva y documentada investigación económica, de la historia económica y política del mundo capitalista de su época, a partir de la monumental obra de Carlos Marx, El Capital, y del estudio de los más serios investigadores de la socialdemocracia europea y economistas liberales, remarca que el capitalismo en su desarrollo sólo ha conocido dos etapas -sólo dos-, el capitalismo industrial o  concurrencial  y el capitalismo monopolista o imperialismo. Definiendo a éste último como “etapa superior y última del capitalismo”. Señalando, además, su lugar histórico  como “antesala del socialismo”. Cerrando así la puerta a cualquier ulterior especulación “genial” respecto a un novísimo estadio o etapa post-imperialista del capitalismo. 


   Lenin ha apuntado, con claridad, los seis rasgos característicos definitorios de la categoría “imperialismo”. (1) Concentración de la producción y surgimiento de los monopolios; (2) Los bancos y su nuevo papel; (3) El capital financiero y la Oligarquía financiera; (4) La exportación de capitales; (5) El reparto económico del mundo entre las asociaciones capitalistas; (6) El reparto territorial entre las grandes potencias. Por lo que llevamos dicho, se puede deducir, ningún hecho económico o político, por trascendental que halla sido ha alcanzado a alterar, sustancialmente, alguno de dichos rasgos.

   Ellos continúan guardando toda su validez. Incluso un “osado” literario como Negri ha debido tomar en cuenta eso. Ya que para sustentar su inventado término de “imperio global”, escamotea a Lenin, sea por pereza mental o sea por malafé. El saca arbitrariamente de su contexto los rasgos (5) y (6), los hiperboliza, luego por arte de birlibirloque los encierra en una definición unilateralmente política  y ya esta, tenemos consagrado dicho novísimo término, dudosamente científico y más exactamente utilizable en función anti-marxista-leninista. 

   Puesto que a que viene eso de “reemplazo de la rivalidad y conflictos” entre superpotencias imperialistas, entre éstas y las emergentes potencias regionales, y entre las potencias coloniales y los países semi-coloniales y neocolonias.  Si no es que para propalar la perspectiva de la atenuación de la desigualdades y contradicciones en esta economía globalizada. Cuando en realidad, ella las reproduce y agudiza. Pero Negri, sentado en la cumbre de la inteligencia pura, no lo percibe así. Él, devenido en moderno Catón “el censor” de los movimientos revolucionarios proletarios y de los movimientos de liberación nacional antiimperialistas, sentencia:

   “La historia de las guerras imperialistas, interimperialistas y anti-imperialistas ha terminado, El fin de esta historia ha dado paso al reino de la paz. O, en verdad, hemos entrado en la era de los conflictos menores e internos”. (El subrayado es mío. Q. G.).

   ¡Aja! Que trate de probar eso. El vuelto de espalda a una desagradable realidad -igualito que su gemelo, desde la derecha, Rubén D. Souza-, solo ve lo que quiere ver. Desde 1945 se han registrado más de 200 guerras menores y guerras civiles. Si hablamos a partir de 1996, hay un salto espeluznante: 25 guerras y 21 conflictos armados (1997), 32 guerras y 17 conflictos armados (1998), 34 guerras y 14 conflictos armados (1999), 35 guerras y 12 conflictos armados (2000) y pare usted de contar. Nada, pues, de “distensión”, de “clima de paz y de dialogo”, de “capitalistas sensatos frente a capitalistas salvajes”, como sueñan los oportunistas. Al contrario, guerras imperialistas de agresión, guerras de liberación nacional anti-imperialistas, guerras civiles reaccionarias y guerras civiles revolucionarias, son la tónica de la época actual.

   En vez, pues, de un imperialismo pacífico, de imperio del Estado de derecho y domado, un imperialismo altamente belicoso, armado hasta los dientes, sediento de sangre y materias energéticas.

   Ciertamente no hay, por ahora, una abierta confrontación bélica entre las grandes potencias. Sólo que, la confrontación y la lucha armada entre ellas se realizan por intermedio de sus peones en los diversos países dependientes, semi-coloniales y neocoloniales. Los que son movilizados y empujados por ellas, en búsqueda de ganar posiciones estratégicas frente a sus socios y rivales. Pero, las leyes de la guerra tienen su propia lógica de desenvolvimiento. Dejadla a su libre arbitrio, no hagamos intervenir a la poderosa fuerza revolucionaria de los partidarios de la paz y pronto veremos engarzados a los “pacíficos” y “domados” imperialistas, sumergiéndonos con ellos, en una nueva carnicería mundial.
 
   Pues, muy a pesar de la buena voluntad de los filósofos subjetivistas, las guerras y peligros de guerra son ley inherente al sistema imperialista mundial, la que sólo será barrida de la faz del planeta luego del triunfo de la revolución socialista internacional. La base objetiva de ellas, además de la propiedad privada capitalista, la desigualdad del desarrollo económico y político de los grupos monopolistas y de los mismos países capitalistas.

   Al respecto señala el camarada Mao Tse-tung, “La guerra, iniciada con la aparición de la propiedad privada y de las clases, es la forma más alta de lucha para resolver, en una cierta fase de su desarrollo, las contradicciones entre las clases, naciones, Estados y grupos políticos”·.

   Por su parte el camarada Stalin ha remarcado:

   “¿Cuáles son los elementos fundamentales de la ley de la desigualdad del desarrollo bajo el imperialismo?
   “En primer lugar, el hecho de que el mundo está ya repartido entre los grupos imperialistas, de que en el mundo no hay más territorios “libres”, vacantes, y de que, para ocupar nuevos mercados y fuentes de materias primas, para ensancharse, hay que arrebatar a otros esos territorios por la fuerza.
   “En segundo lugar, el que el inusitado progreso de la técnica y la creciente nivelación del grado de desarrollo de los países capitalistas han hecho posible y facilitado que unos países, a saltos, se adelanten a otros, que unos países más poderosos sean rebasados por otros, menos poderosos, pero que se desarrollan rápidamente.
   “En tercer lugar, el que la vieja distribución de las esferas de influencia entre distintos grupos imperialistas choca cada vez con la correlación de fuerzas en el mercado mundial;  el que para establecer  el “equilibrio” entre la vieja  distribución de las esferas de influencia y la nueva correlación de fuerzas, se     Primeramente,  porque “olvida” o soslaya vergonzosamente el principio más elemental del método de investigación marxista, el análisis concreto, de la realidad concreta.
   
   Puesto a hablar de imperio (imperium, como mando político-militar centralizado y concentrado en manos de un caudillo, de una oligarquía, o de una clase social o de una alianza de clases, nacional o extra-nacional, ya sea en la forma de monarquía o de república democrática-burguesa), no es permisible separar economía de política, economía imperialista de política imperialista. 

   Así no podría habérsele escapado el hecho sencillo, comprobado por la historia,  de que imperios ha habido muchos en el concurrir económico y político de la humanidad. Cada uno de ellos con su particular base real o modo de estructuración de su sistema de relaciones sociales económicas y sus correspondientes relaciones socio-políticas sobreestructurales. Predeterminadas por el conjunto de leyes universales propias a toda formación clasista y por aquellas generales que particularizan a tal o cual formación histórico concreta, y que rigen su automovimiento social, especificándolos dentro del curso general de la historia de las formas económico-sociales. 

   Así, por ejemplo, el imperio Inca, en nuestra América, con su base real  enraizada en el despotismo comunaritarista agrario; los imperios persa y romano, sobreestructura política, militar e ideológica que fueron  del modo de producción esclavista;  el Imperio de Carlomagno y aquel Español de Carlos V, sustentados en el feudalismo. Ello es, científicamente valido, aplicable a la sociedad capitalista en un determinado estadio de su desarrollo económico y político.

   De ahí, se concluye, imperio o imperialismo por “global” que llegue a ser, es realidad histórica concreta, con clase social portadora y con unos dados objetivos nacionales e internacionales dictados por la necesidad de expansión de su base real, o mera especulación política de idealista histórico.

  Segunda metida de pata. Por cuanto eso de “nueva etapa” del capitalismo, “post-imperialista” dice, no lo ha probado de modo alguno. La idea de la dominación hegemónica del capital financiero como un trust único gerenciando y administrando al planeta, tiene como base la tendencia económica de onda larga del capitalismo desarrollado, como capitalismo monopolista de Estado, a la internacionalización del capital y de las relaciones capitalistas de producción; proceso, aunque profundo, cuantitativo y no cualitativo del imperialismo. Dado que este capital internacionalizado, que trae aparejado la imposición de las relaciones capitalistas de explotación por la cuatro esquinas del planeta, constituye un estadio, si se quiere, una fase particular, nueva, del imperialismo en putrefacción.

 Puesto que lleva en sí, contradictoriamente, un salto cualitativo con su universalización de la socialización de las fuerzas productivas y su aperturamiento, en estas nuevas condiciones, hacia la revolución proletaria internacional.

   Por lo que, la subyacente idea que implica, la de una “hegemonía absoluta” del súper imperialismo norteamericano y la dominación sin participación del “imperio estadounidense”, mira unilateralmente a Usa como único y principal enemigo de los pueblos y naciones, sin rivales ni competencia. Este anti-yanquísmo primario ha servido a los revisionistas modernos, del tipo de los partidopueblistas, para cubrir, ayer, la penetración del socialimperialismo soviético en el Tercer Mundo, y hoy a los falsos anti-imperialistas para crear ilusiones pro-europeas, también actualmente superpotencia.

   Lenin por su parte, marxista auténtico, por el contrario, luego de una exhaustiva y documentada investigación económica, de la historia económica y política del mundo capitalista de su época, a partir de la monumental obra de Carlos Marx, El Capital, y del estudio de los más serios investigadores de la socialdemocracia europea y economistas liberales, remarca que el capitalismo en su desarrollo sólo ha conocido dos etapas -sólo dos-, el capitalismo industrial o  concurrencial  y el capitalismo monopolista o imperialismo. Definiendo a éste último como “etapa superior y última del capitalismo”. Señalando, además, su lugar histórico  como “antesala del socialismo”. Cerrando así la puerta a cualquier ulterior especulación “genial” respecto a un novísimo estadio o etapa post-imperialista del capitalismo. 


   Lenin ha apuntado, con claridad, los seis rasgos característicos definitorios de la categoría “imperialismo”. (1) Concentración de la producción y surgimiento de los monopolios; (2) Los bancos y su nuevo papel; (3) El capital financiero y la Oligarquía financiera; (4) La exportación de capitales; (5) El reparto económico del mundo entre las asociaciones capitalistas; (6) El reparto territorial entre las grandes potencias. Por lo que llevamos dicho, se puede deducir, ningún hecho económico o político, por trascendental que halla sido ha alcanzado a alterar, sustancialmente, alguno de dichos rasgos.

   Ellos continúan guardando toda su validez. Incluso un “osado” literario como Negri ha debido tomar en cuenta eso. Ya que para sustentar su inventado término de “imperio global”, escamotea a Lenin, sea por pereza mental o sea por malafé. El saca arbitrariamente de su contexto los rasgos (5) y (6), los hiperboliza, luego por arte de birlibirloque los encierra en una definición unilateralmente política  y ya esta, tenemos consagrado dicho novísimo término, dudosamente científico y más exactamente utilizable en función anti-marxista-leninista. 

   Puesto que a que viene eso de “reemplazo de la rivalidad y conflictos” entre superpotencias imperialistas, entre éstas y las emergentes potencias regionales, y entre las potencias coloniales y los países semi-coloniales y neocolonias.  Si no es que para propalar la perspectiva de la atenuación de la desigualdades y contradicciones en esta economía globalizada. Cuando en realidad, ella las reproduce y agudiza. Pero Negri, sentado en la cumbre de la inteligencia pura, no lo percibe así. Él, devenido en moderno Catón “el censor” de los movimientos revolucionarios proletarios y de los movimientos de liberación nacional antiimperialistas, sentencia:

   “La historia de las guerras imperialistas, interimperialistas y anti-imperialistas ha terminado, El fin de esta historia ha dado paso al reino de la paz. O, en verdad, hemos entrado en la era de los conflictos menores e internos”. (El subrayado es mío. Q. G.).

   ¡Aja! Que trate de probar eso. El vuelto de espalda a una desagradable realidad -igualito que su gemelo, desde la derecha, Rubén D. Souza-, solo ve lo que quiere ver. Desde 1945 se han registrado más de 200 guerras menores y guerras civiles. Si hablamos a partir de 1996, hay un salto espeluznante: 25 guerras y 21 conflictos armados (1997), 32 guerras y 17 conflictos armados (1998), 34 guerras y 14 conflictos armados (1999), 35 guerras y 12 conflictos armados (2000) y pare usted de contar. Nada, pues, de “distensión”, de “clima de paz y de dialogo”, de “capitalistas sensatos frente a capitalistas salvajes”, como sueñan los oportunistas. Al contrario, guerras imperialistas de agresión, guerras de liberación nacional anti-imperialistas, guerras civiles reaccionarias y guerras civiles revolucionarias, son la tónica de la época actual.

   En vez, pues, de un imperialismo pacífico, de imperio del Estado de derecho y domado, un imperialismo altamente belicoso, armado hasta los dientes, sediento de sangre y materias energéticas.

   Ciertamente no hay, por ahora, una abierta confrontación bélica entre las grandes potencias. Sólo que, la confrontación y la lucha armada entre ellas se realizan por intermedio de sus peones en los diversos países dependientes, semi-coloniales y neocoloniales. Los que son movilizados y empujados por ellas, en búsqueda de ganar posiciones estratégicas frente a sus socios y rivales. Pero, las leyes de la guerra tienen su propia lógica de desenvolvimiento. Dejadla a su libre arbitrio, no hagamos intervenir a la poderosa fuerza revolucionaria de los partidarios de la paz y pronto veremos engarzados a los “pacíficos” y “domados” imperialistas, sumergiéndonos con ellos, en una nueva carnicería mundial.
 
   Pues, muy a pesar de la buena voluntad de los filósofos subjetivistas, las guerras y peligros de guerra son ley inherente al sistema imperialista mundial, la que sólo será barrida de la faz del planeta luego del triunfo de la revolución socialista internacional. La base objetiva de ellas, además de la propiedad privada capitalista, la desigualdad del desarrollo económico y político de los grupos monopolistas y de los mismos países capitalistas.

   Al respecto señala el camarada Mao Tse-tung, “La guerra, iniciada con la aparición de la propiedad privada y de las clases, es la forma más alta de lucha para resolver, en una cierta fase de su desarrollo, las contradicciones entre las clases, naciones, Estados y grupos políticos”·.

   Por su parte el camarada Stalin ha remarcado:

   “¿Cuáles son los elementos fundamentales de la ley de la desigualdad del desarrollo bajo el imperialismo?
   “En primer lugar, el hecho de que el mundo está ya repartido entre los grupos imperialistas, de que en el mundo no hay más territorios “libres”, vacantes, y de que, para ocupar nuevos mercados y fuentes de materias primas, para ensancharse, hay que arrebatar a otros esos territorios por la fuerza.
   “En segundo lugar, el que el inusitado progreso de la técnica y la creciente nivelación del grado de desarrollo de los países capitalistas han hecho posible y facilitado que unos países, a saltos, se adelanten a otros, que unos países más poderosos sean rebasados por otros, menos poderosos, pero que se desarrollan rápidamente.
   “En tercer lugar, el que la vieja distribución de las esferas de influencia entre distintos grupos imperialistas choca cada vez con la correlación de fuerzas en el mercado mundial;  el que para establecer  el “equilibrio” entre la vieja  distribución de las esferas de influencia y la nueva correlación de fuerzas, se  necesita repartos periódicos del mundo mediante guerras imperialistas”.  (J. Stalin, VII Pleno Ampliado del Comité Ejecutivo de la   Internacional Comunista. O. C., tomo IX, p. 110).
  
   Como vemos, los auténticos discípulos de Marx sostienen eso de que, existentes la propiedad privada y el capitalismo, las guerras “imperialistas”, “interimperialistas” y “anti-imperialistas” son fenómenos sociales inevitables. Ello rechaza de plano los sueños pacifistas del pequeñoburgués Negri. Máxime cuando éste nos quiere meter por los ojos, tras una fraseología terriblemente superrevolucionaria,  eso de la atenuación de las contradicciones fundamentales de nuestra época histórica y la perspectiva de un amplio acuerdo interimperialista propiciador de la construcción de un nuevo mundo, de un mundo de paz y armonía celestial.

   El sueño de un mundo unido bajo la égida del capital, de un imperio mundial con hegemonía norteamericana, o es un sueño de locos o la más reaccionaria y anti-humanista pesadilla. Una utopía reaccionaria y contraria a todo sentido común. Puesto que, el Mundo no necesita más capitalismo, ni más imperialismo, lo que demandan los pueblos del mundo y la historia es la República Mundial del Trabajo.

   Aun, hoy día, nos encontramos en la época del imperialismo y de la revolución proletaria socialista internacional. Los dos aspectos esenciales de dicha contradicción, siguen siendo la clase capitalista y la clase obrera. Las que siguen determinando el proceso objetivo de la universalización y unificación, económica y política, de la sociedad humana contemporánea.

   El imperialismo tiene y desenvuelve su propia estrategia internacional de dominación mundial. Unificar al mundo mediante la política de universalizar las relaciones productivas de explotación, la competencia y las guerras injustas, es su signo. En cambio, la internacionalización que propugna la clase obrera se basa en la implantación de la propiedad social colectiva, la erradicación de la explotación del hombre por el hombre y la implantación del reino de la libertad para todos los trabajadores.

   Son dos aspectos, contradictorios y mutuamente excluyentes, y de la cual depende ¿quién vencerá a quién? De ahí que, en la época del imperialismo, la internacionalización de la economía y de las relaciones capitalistas de producción, fenómeno conocido como “globalización”, constituyan la “antecámara” del socialismo.

   Así como la actual internacionalización del capital genera la tendencia a la guerra, también, contra la voluntad de los capitalistas mismos, genera la tendencia a la revolución. A nosotros, las fuerzas del progreso y la paz, revolucionarios proletarios, nos corresponde la tarea de impulsar la segunda tendencia y detener la primera. Sólo hay que hacer la revolución social. O la revolución conjura la guerra, o la guerra provoca la revolución.

   Así o así. Por lo que aquellos que pretenden “reformar” al mundo imperialista, pese a cualquier palabrería utraizquierdista  conque se cubran, actúan como esquiroles de los procesos revolucionarios y del inevitable subvertimiento de todo el orden económico y político imperante.

   La actual internacionalización del capital y de las relaciones capitalistas de producción, constituyen, por las revoluciones políticas que ponen en obra, la mejor preparación de la inevitable revolución comunista internacional.

   Contrariamente a lo que aseveren, con exceso de suficiencia, anarquistas, trotskistas y demás renegados del marxismo-leninismo-maoísmo, para nosotros comunistas (marxista-leninistas) aun siguen validas e indispensables las lecciones de Lenin, Stalin y los bolcheviques rusos. Nada, pues, justifica la idea de que el leninismo ha caducado y ya no responde a la actual realidad mundial.  

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