Postado por charles moraes
Por Albert Escusa.
Publicado en Mis manos, mi capital.
Se ha vuelto casi un deporte nacional, por parte de
algunos autores, publicar en las páginas de izquierda de Internet artículos que
se dedican de forma más o menos encubierta a criticar la historia del
movimiento comunista, responsabilizándole de todos los males habidos y por
haber, ya sea el ascenso de Hitler al poder, el cambio climático o la derrota
del equipo local. “Estalinismo” se ha convertido para algunos en una palabra
mágica. El “estalinismo” encierra, como el misterio de la Santísima Trinidad,
tres propiedades en una: la primera, evita entrar en un debate histórico con
argumentos contrastados; la segunda, evita dar una explicación acerca del
fracaso histórico y de la incompetencia política crónica de la corriente a la
que están adscritos los anticomunistas de izquierda; y la tercera, sirve para
intentar avergonzar a los militantes, pero sobre todo a los potenciales
simpatizantes de los diferentes partidos comunistas, para disuadirlos de ingresar
en los partidos comunistas. Todo este discurso se ha visto favorecido por una
etapa histórica donde la división y el enfrentamiento en el seno del movimiento
comunista, particularmente en nuestro país, ha conducido a que éste se
desintegre en numerosos fragmentos desunidos, aislados y dispersos.
Precisamente la última propiedad mágica del
“estalinismo” quizás sea la más codiciada por los anticomunistas de izquierda.
Se ha demostrado, tanto con ejemplos históricos como en la actualidad, que, de
todas las fuerzas que se proclaman anticapitalistas y dicen querer superar el
actual sistema socioeconómico, el movimiento comunista (con todas los errores,
fracasos, traiciones, rupturas, degeneraciones y lo que se le quiera añadir) ha
demostrado en la práctica (sabiendo superar todas sus limitaciones anteriormente
señaladas), que es el que cuenta con la capacidad de llevar a término tales
propósitos anticapitalistas. Así, mientras que hoy, sobre el planeta Tierra, no
hay ninguna fuerza política o social del anticomunismo de izquierda con peso
político o social (si descontamos la excepción coyuntural de Francia, debido
más que nada a la degeneración extrema del PCF), varias corrientes que se
reclaman del comunismo en su versión marxista-leninista o incluso marxista a
secas, y que reivindican –cada una a su peculiar manera– la experiencia
soviética como un avance progresivo para la humanidad, o bien son fuerza de
gobierno en algunos países, o bien cuentan con grandes partidos obreros y
populares de masas, guerrillas antiimperialistas y una gran influencia en los
movimientos sociales. Y no sólo eso: el movimiento comunista ha sabido
conservar, entre grandes sectores de la población, allí donde tiene influencia,
una cultura de revolución y de justicia social, con la memoria histórica
comunista y sus símbolos, que arranca en octubre de 1917 y cuya historia,
patrimonio y símbolos son elementos de rebeldía incontestables para muchas
personas.
Nada de ese patrimonio tienen los anticomunistas de
izquierda. Sus realizaciones históricas son muy limitadas y están cogidas con
pinzas: la insurrección cantonalista de 1873 que ayudó a hundir la I República,
las colectivizaciones de 1936-1939 en algunas localidades de la España
republicana, las aburridas trincheras de Huesca en la guerra civil, algunas
victorias militares de la parte del Ejército Rojo dirigida por Trotsky o la
actividad de las bandas guerrilleras del líder campesino ucraniano Makhno en
1918-21, son las contadas realizaciones que puede reivindicar el anticomunismo
de izquierda. Los nuevos movimientos como el antiglobalización o el movimiento
zapatista, fueron teorizados por muchos como las pruebas de la derrota
definitiva del modelo político que representaba el partido comunista clásico.
Sin duda alguna, el movimiento antiglobalización fue una respuesta importante
de masas a la globalización neoliberal, que consiguió movilizar a amplios
sectores sociales, principalmente estudiantes universitarios. Pero finalmente
el movimiento antiglobalización, carente de una dirección política, ha quedado
reducido a inofensivos Foros Sociales. Por su parte, el zapatismo no ha dado ni
siquiera la imagen de un movimiento superador del capitalismo y el
imperialismo, sino más bien se ha mostrado como un indigenismo folclórico; los
territorios zapatistas se pusieron de moda en los años noventa como santuarios
de peregrinación para intelectuales procedentes de la izquierda anticomunista
donde recibían la inspiración divina contra el “estalinismo” y los partidos
comunistas. Hace años que pasaron de moda y ya no son visitados por tales intelectuales.
Asimismo el Foro de Porto Alegre y el apoyo a Lula en Brasil, presentados como
el último grito de “socialismo verdadero” frente a la práctica del movimiento
comunista, han acabado encumbrando a un hombre que, lo menos que se puede decir
de él, es que no parece muy interesado en realizar cambios profundos en su
país, más bien todo lo contrario, y cuando ha tenido que enfrentarse a
dirigentes antiimperialistas consecuentes como Hugo Chávez o Evo Morales, para
defender los intereses de las multinacionales brasileñas, no ha dudado en
hacerlo. Lo que sorprende, ante todo, es que los anticomunistas que defendían
todas estas alternativas atacando a los partidos comunistas, hoy permanezcan
mudos y no realicen ninguna valoración crítica de las mismas.
Así pues, cuando hace muchos años que ya no queda ni
rastro del “estalinismo” al que se le achacaban (y se le achacan) todas las
responsabilidades de los fracasos propios y ajenos, cuando ya no queda ningún
pretexto para que los anticomunistas de izquierda liberen todas sus energías
revolucionarias y demuestren a los “estalinistas” cómo se hacen las verdaderas
revoluciones, vemos que tales energías se desgastan, como siempre, en
“demostrar” que de no haber sido por Stalin y los suyos, desde 1924 habría comunismo
en Europa, o que en 1936 desde algunas misérrimas aldeas de Huesca, con la
genialidad de Andreu Nin y con el viejo máuser de Orwell, no llevaría más que
dos semanas derrotar a Franco, realizar la revolución en España, vencer a la
Alemania nazi, a Mussolini, a los Estados Unidos, al Japón y al Imperio
británico, derrocar a la «burocracia degenerada de Stalin» e implantar el
resplandeciente comunismo en el Sistema Solar (esta vez el comunismo de verdad,
por supuesto). Es un plan tan sencillo que no podemos imaginarnos cómo no se
les había ocurrido antes. O lo que es lo mismo: soñar es gratis.
Nuevamente el POUM como arma arrojadiza
El POUM y la “revolución” española es un
clásico entre los clásicos del anticomunismo. Y eso a pesar de que ya no hay casi
ningún historiador serio que, habiendo investigado aquella época libre de la
costra ideológica orwelliana, sostenga la tesis de que la “revolución” y
“contrarrevolución” fueron los factores dominantes de la guerra civil española
en 1936-1939. Efectivamente, a pesar de los discursos ideológicos que taparon
la realidad y que han dado una visión completamente deformada de la historia,
la “revolución” de 1936 fue más que nada una revolución de símbolos, posturas
estéticas y comportamientos (la quema de iglesias como rito anticlerical, la
ropa obrera que se puso de moda incluso entre los burgueses, la quema de
dinero, el deslumbramiento de los “turistas revolucionarios” como Orwell,
etc.), antes que un proceso real de transformaciones socioeconómicas, mientras
que las instituciones republicanas, aunque mantuvieran las mismas formas, en su
contenido reflejaron la nueva correlación de fuerzas producto de la derrota del
fascismo en Cataluña. Esto conllevó la entrada masiva de los representantes de
los partidos y sindicatos obreros en tales instituciones, desvirtuando su viejo
carácter de clase. Entonces, si tal “revolución” fue más aparente y más
limitada a los símbolos y los discursos que a los hechos reales, si el factor
“revolución” constituye algo completamente secundario para juzgar aquella etapa
y se ha demostrado lo erróneo de semejante catalogación, si además, las
instituciones republicanas habían adquirido un carácter plenamente popular y
distaban de ser tan «burguesas» ¿a quién beneficia seguir manteniendo la
leyenda? A los anticomunistas de izquierdas, por supuesto.
Por ello, y por la falta de nuevas ideas,
se vuelve una y otra vez al POUM, con una obsesión digna de estudio. Fue la
norma por parte del anticomunismo de izquierdas blanquear las actividades de
los principales dirigentes del POUM tras la guerra y pasar de puntillas sobre
los mismos, aprovechando que muchos sectores de jóvenes militantes de izquierda
desconocían la historia de tales dirigentes. Ahora, en un reciente “¿Qué hay
que rescatar del POUM?” (1), se sugiere que hubo una “época buena” y una “época
mala”. Por lo menos ya hemos avanzado algo, porque hasta ahora los
anticomunistas de izquierdas preferían guardar un sospechoso silencio sobre la
“época mala”. Pero ¿dónde hay que establecer en verdad la frontera entre ambas
épocas?
Hay que considerar que todos los
principales dirigentes del POUM, recién acabada la guerra, o bien giraron
rápidamente hacia la tan odiada socialdemocracia “menchevique” creando el
Moviment Socialista de Catalunya (MSC), o bien ingresaron en las nóminas de la
CIA, como fue el caso de Gorkin, Maurín y otros. La práctica totalidad de los
altos dirigentes renegaron de sus antiguas creencias. Los “auténticos líderes
revolucionarios”, a partir del 1º de abril de 1939 dejaron de ser tales
revolucionarios. ¿Es posible una metamorfosis tan repentina? ¿A qué se debe
que, cuando es más necesario luchar contra el fascismo, tales dirigentes que
repartían certificados y lecciones de revolución a diestro y siniestro y
estigmatizaban a los “reformistas del PSUC”, abandonen la lucha y se transmuten
en lo contrario de lo que decían ser? ¿Cómo explican los anticomunistas de
izquierda que los “mencheviques reformistas” del PCE y el PSUC continuaran la
lucha antifranquista sacrificando miles de vidas, y los principales dirigentes
del POUM como Maurín y Gorkin ingresaran en la derecha pro-yanqui defendiendo
al imperialismo más agresivo, mientras que otros fundaron el MSC para defender
al imperialismo europeo? ¿Acaso la lucha contra el franquismo era menos
necesaria que la lucha contra el Frente Popular? Misterios de la Santísima
Trinidad “antiestalinista”, como fue un misterio divino que Maurín permaneciera
vivo y en buenas condiciones en las cárceles de Franco, mientras a otros
dirigentes republicanos los fusilaban o torturaban por la vía de urgencia.
Maurín fue liberado en 1946 gracias a la intercesión de un obispo pariente
suyo, que convenció al propio Franco de que era mejor mantenerlo vivo porque
era un enemigo de los comunistas, y estas gestiones fueron seguidas
directamente desde el mismísimo Vaticano (2). ¡Eso sí que es un auténtico
privilegio del mejor burócrata! ¿Qué opinarán de todo ello los anticomunistas
de izquierda y los apologistas del POUM? ¿Publicarán algún libro sobre estos
temas?
El POUM no fue ningún partido inocente
como machaconamente pretenden hacernos creer. En medio de la guerra, cuando en
otros lugares del Estado se combatía a vida o muerte, desde las páginas
de la Batalla, periódico del POUM, se instaba a luchar contra los
“mencheviques de la revolución” en alusión al PSUC situándolo como el enemigo a
batir. Muchos dirigentes del PSUC y la UGT murieron asesinados entre agosto de
1936 y mayo de 1937. Desideri Trillas, dirigente sindical de la UGT, que había
acompañado a Maurín en 1924 a Moscú, murió asesinado en 1936 por pistoleros de
la CNT; el 24 de abril, Rodríguez Salas, comisario afiliado al PSUC, sufrió un
atentado fallido, y el 25 cayó asesinado Roldán Cortada, antiguo colaborador de
Maurín, depurado años antes por éste de la ejecutiva del Bloc Obrer i Camperol
por desavenencias políticas, y asesinado en 1937 por pertenecer al PSUC. Muchos
afiliados a la UGT fueron asesinados por no ingresar en la CNT. Seguramente la
mano del POUM no estaba detrás de estas «víctimas de la revolución», pero desde
las páginas de La Batalla, se señaló con insistencia quienes
eran los enemigos: el Frente Popular y sus bases más consistentes y
clarividentes, el PSUC y la UGT.
La guerra y el peligro fascista fueron
cosas muy remotas y lejanas para el POUM, y por ello se dedicó a hacer la
“revolución”. En La Batalla, se reproducían a gran tamaño eslóganes
como «¡Muera la república democrática!», se calificaba al antifascismo como
traición a la revolución cuando los antifascistas frenaban con su sacrificio el
avance del ejército franquista, se llamaba a eliminar las instituciones
republicanas calificadas como “burguesas” (aunque estuvieran dominadas por la
mayoría obrera), se publicaba a toda página y en grandes letras las octavillas
arrojadas por los aviones de Franco llamando a desertar, se injuriaba
impunemente y de forma constante a los dirigentes republicanos, socialistas y
comunistas y, entre otras “hazañas”, con el objetivo desmoralizar a los
combatientes y provocar la deserción, se escribían noticias falsas acerca de una
supuesta negociación del gobierno republicano con Franco en vistas a una
rendición (3).
Por otra parte, en las filas del POUM se
cobijaban a espías notorios como el jefe de la columna extranjera del POUM,
Georges Kopp, agente del espionaje inglés y futuro colaboracionista de los
nazis en Francia, y espías a favor de Franco que realizaron actos de sabotaje,
mientras que otros se ofrecieron a la quinta columna para asesinar a Negrín y
Álvarez del Vayo. No hay constancia de que por aquella época Orwell ya fuera un
agente del espionaje británico, aunque se relacionó con personas directamente
implicadas, como el propio Kopp, de quien era amigo íntimo.
Un fantasma atemoriza a los anticomunistas
de izquierda: el fantasma de la “burocracia”
Es evidente que el hecho de participar
profesionalmente en política o en el movimiento sindical es una necesidad que
tienen los representantes de la clase obrera para defender sus intereses, y así
fue teorizado por Lenin, ya que es de sentido común que los dirigentes no se
forman en dos días, y aún menos cuanto el apoliticismo del ciudadano común es
la norma. Pero con la crítica permanente a lo que los anticomunistas de
izquierda llaman «burocracia estaliniana», se consigue el efecto de trastocar
la realidad por la ideología. El término “burocracia”, al ser tan indefinido,
se puede instrumentalizar de forma demagógica como pueda serlo el de
“estalinismo”. ¿Qué significa realmente la palabra “burocracia”? Como los
anticomunistas de izquierda no osan dar ninguna definición para poder mantener
la ambigüedad a su conveniencia, veamos qué se entiende corrientemente por
“burocracia”. Según el Diccionari de la Llengua Catalana, “burocracia” es: 1)
autoridad, influencia excesiva de los funcionarios públicos en los asuntos del
Estado; 2) conjunto del personal administrativo, y 3) sistema de tareas, de
procedimientos y de actividades a cargo de un cuerpo de personal
administrativo. Así pues, transplantado el término “burocracia” a la época
soviética, tan burócrata era el humilde conserje de una escuela de barrio, un
policía municipal, el administrativo de un soviet urbano, el director de una
empresa estatal (ya fuera honrado o corrupto), o el Comisario de Guerra León
Trotsky, con el agravante de que éste último disponía de un poder infinitamente
mayor sobre las cuestiones del Estado y del partido que el de la mayoría de la
burocracia soviética a la que criticaba.
El falso antiburocratismo de Trotsky y del
POUM
Los anticomunistas de izquierda, al
utilizar indiscriminadamente el concepto de “burocracia”, socavan la necesidad
que tienen los trabajadores de tener representantes sindicales y políticos a
tiempo completo, y desprestigian la necesidad de la participación política
entre las masas, llevándolas al apoliticismo y haciéndolas presas de la
reacción. Además, en el fondo, para los anticomunistas de izquierda el problema
se reduce a nombres. Si son sus líderes los que ocupan los cargos, entonces no
son burócratas, sino la personificación de la democracia pura. Si los cargos
los ocupan los líderes del grupo rival, entonces son «burócratas degenerados».
Pero puestos a analizar a la burocracia, ¿de qué vivían Trotsky, Andreu Nin,
Julián Gorkin, Joaquín Maurín y tantos otros “antiburócratas”? No tenemos
noticias que pasaran mucho tiempo de su vida en una cadena de producción de una
fábrica, o doblando el espinazo en la agricultura, o haciendo los tipos de
trabajo asalariado que realiza normalmente la clase obrera produciendo
plusvalía. Por el contrario, vivieron como políticos profesionales en cuanto
tuvieron la menor oportunidad. Trotsky en cuanto pudo fue un profesional de la
revolución a tiempo completo (un burócrata de la revolución), que no vivía de
su propio trabajo. Fue parte de la “nomenklatura”, alto dirigente del partido y
el Estado, que creó asimismo una red clientelar de burocracia con la que ganar
apoyos. Fue pues, un gran burócrata, que se volvió contra la “burocracia” no
por ser “antiburócrata”, sino porque sus posiciones políticas fueron derrotadas
por la mayoría. Cuando fue al exilio tampoco sudó una gota produciendo
plusvalía para los burgueses, sino que pasó a ser miembro máximo de la
“nomenklatura” en la corriente política formada por él, que se pasó a llamar IV
Internacional.
Andreu Nin, Joaquín Maurín, Julián Gorkin
y otros fueron, desde principio de los años veinte, altos dirigentes de sus
organizaciones y llegaron a ser burócratas profesionales, “nomenklatura” en
miniatura pero aspirantes a ser gran “nomenklatura”. Muchos cuadros de la CNT
fueron altos funcionarios durante la guerra, además de ministros, y crearon sus
propias redes de burocracia anarquista.
Andreu Nin mientras fue conseller de
Justicia de la Generalitat ejercía como cualquier alto funcionario de cualquier
Estado, a la manera burocrática. Nin había sido parte de la burocracia
soviética y posteriormente burócrata de la Generalitat durante la guerra
(Conseller de Justícia), Maurín fue corresponsal de Izvestia (“burócrata”
soviético por lo tanto) y diputado por el Frente Popular (burócrata
republicano); otros altos dirigentes también eran “burócratas”, como Juan
Andrade, funcionario de correos, mientras que otro dirigente del POUM, Molins i
Fàbrega, era presidente de la sección sindical de funcionarios de la UGT.
Añadamos a esto, que el discurso más radical contra el «Estado burgués» se
produjo a raíz de la expulsión de Nin del gobierno de la Generalitat por su
política sectaria y provocadora. Todos estos hechos arrojan una perspectiva
nueva y más concreta sobre algunos aspectos de lo que se ha venido en llamar
“revolución” y “contrarrevolución”: la lucha por la hegemonía en los organismos
de la Generalitat, incluyendo los surgidos de la “revolución” como el Comité de
Milicias, colectividades y Patrullas de Control, cuyos miembros se convirtieron
de hecho en funcionarios (o sea, burócratas) que cobraban su salario de la
Generalitat. Los “revolucionarios” que se enfrentaron en mayo de 1937 contra la
“burocracia estalinista” (el Frente Popular) distaban mucho de ser precisamente
obreros, sino algo muy distinto: «aquellos sectores más beligerantes contra la
supervivencia de la legalidad constitucional de 1931, como la agrupación
anarquista radical Los Amigos de Durruti o el POUM, no estaban
liderados por obreros manuales, sino por periodistas de segunda fila, aspirantes
a intelectuales de opinión y empleados de servicios» (4).
Franco y la Falange querían destruir la
República y sus instituciones, precisamente porque ya eran más populares que
burguesas, mientras que el POUM quería destruir a la República y al Frente
Popular por su imposibilidad en convertirse en burocracia dominante de forma
pacífica, debido a sus actividades provocadoras y a su sectarismo. En diciembre
de 1936 se cerraba definitivamente para el POUM la vía “pacífica” para
conquistar la hegemonía burocrática con la exclusión de Nin del gobierno de la
Generalitat, por la actitud sectaria y provocadora del POUM. Aislado
voluntariamente de las demás fuerzas políticas y sindicales, abandonado incluso
por la CNT y la FAI, el POUM se radicalizó desesperadamente y, en una fuga
hacia delante, se alió con los grupos más extremistas y minoritarios como Los
Amigos de Durruti, formado por libertarios que habían desertado del frente.
Juntos entablaron un pulso armado con el Frente Popular y las instituciones
republicanas en mayo de 1937 con el resultado de sobras conocido. Así nació la
leyenda de la «burocracia estalinista» en España.
El dislate de la contradicción
Volvemos a leer frases acerca de los
«horrores del estalinismo» en el más puro estilo del Libro Negro del
Comunismo. Pero, ¿hubiera sido mejor el futuro si la pequeña “burocracia
trotskista” se hubiera impuesto en su lucha contra la mayoritaria “burocracia
estalinista”? Los pasos antes de que el trotskismo implantara el “verdadero”
comunismo en el Sistema Solar, ¿habrían sido menos traumáticos y habrían
derramado menos sangre que con Stalin? Las propuestas de Trotsky y la
“oposición unificada” de 1926 no diferían gran cosa de las que se implantaron
con Stalin años después: colectivización de la agricultura, industrialización y
planes quinquenales. Hay que sumar a eso el odio constante de las potencias
imperialistas, el enorme subdesarrollo del país, etc., etc. Podemos suponer
pues, que Trotsky y su fracción minoritaria se hubieran enfrentado, al menos,
con problemas de la envergadura que lidiaron la fracción mayoritaria del
partido. No hay ningún motivo para suponer que la “burocracia trotskista”
hubiera creado menos “horrores” que los que se le achacan a Stalin: de Trotsky
partió la idea de secuestrar y fusilar a las familias de los “especialistas
militares” zaristas que desertaran del Ejército Rojo; fue Trotsky el que
reprimió duramente la insurrección anarquista de Krondstad en 1921 con medidas
extremistas que incluían el terrorismo y los fusilamientos; fue Trotsky el que
planteó militarizar los sindicatos y hacerlos un apéndice del Estado, es decir,
burocratizarlos al máximo. ¿Por qué los “horrores” de Trotsky habrían de ser
menores que los “horrores” de Stalin? ¿Por qué, de haber vencido el POUM y sus
grupitos aliados en la lucha contra la República, los “horrores” hubieran sido
menores que en el caso de los defensores de la República, conociendo la suerte
que corrieron Desideri Trillas, Roldán Cortada, Sesé, y muchos otros? ¿Por qué
los admiradores del POUM no publican nada sobre ello?
La historia coloca a cada uno en su lugar
El anticomunismo de izquierda ha
demostrado históricamente su incapacidad crónica para constituirse en
alternativa y ser una fuerza de masas. La incapacidad se reveló con toda su
crudeza cuando las últimas huellas de los «horrores estalinistas» dejaron de
existir al desaparecer la URSS en 1991, dando paso a cambio a un nuevo tercer
mundo con un infierno de millones de muertos, pobreza extrema, decenas de miles
de niños viviendo en las cloacas, dictadura de las mafias, cientos de miles de
prostitutas obligadas a venderse, millones de desempleados y guerras
interétnicas instigadas por el imperialismo. Pero todos estos “detalles” nunca
fueron del interés del anticomunismo de izquierdas, que sólo nació para
“denunciar” los «horrores del estalinismo» o, como Franco y la Falange, las
«víctimas de Negrín». Preocupado en esconder las causas de sus fracasos y sus
evidentes limitaciones políticas, el anticomunismo de izquierdas desvió
insistentemente sus críticas hacia el «estalinismo» y el antisovietismo,
buscando chivos expiatorios de sus carencias y su escuálida capacidad de
convocatoria. El anticomunismo de izquierdas y su hermano menor, el
antisovietismo, han vivido una época dorada gracias a la división de los
comunistas en el Estado español y a nivel internacional, y ha conseguido
avergonzar a muchos comunistas, sobre todo dirigentes. El movimiento comunista
ha cometido errores, algunos graves, y los seguirá cometiendo indudablemente,
como corresponde a toda fuerza que interviene en la política práctica. Pero el
saldo de la historia es enormemente favorable para el movimiento comunista. Los
comunistas no tienen nada de lo que avergonzarse y tienen un pasado y un
presente heroico de luchas y sacrificios, errores y aciertos, fracasos y
triunfos, que constituyen un patrimonio del que deben de estar orgullosos.
Los tiempos cambian y es posible que
asistamos al comienzo de una etapa histórica esperanzadora, donde se generen
por fin las condiciones para un nuevo esfuerzo unitario entre las diferentes
organizaciones comunistas. Para que la unidad tenga éxito, hay que perder la
vergüenza de la propia historia, arrinconar sectarismos y recoger lo más
positivo que cada corriente comunista ha generado a lo largo de su trayectoria,
sin descartar además diferentes alianzas con otras capas progresistas de la
población. Marx y Engels escribieron al respecto en el Manifiesto del
Partido Comunista que «los comunistas no forman un partido especial
opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses algunos que no sean
los intereses del conjunto del proletariado. No proclaman principios
sectarios a los que quisieran amoldar el movimiento proletario» (5).
Efectivamente, los comunistas no pueden aspirar, como dicen nuestros maestros,
a encasillar el movimiento obrero bajo «principios sectarios», lo cual no
quiere decir, por otra parte, que la ideología, la teoría y la doctrina dejen
de ser importantes, pero en su justa medida, ayudando a impulsar el movimiento
obrero y comunista y no poniendo trabas artificiales que frenan el movimiento y
la unidad. Y siempre colocando por delante el estudio incansable de la
historia, que es quien tiene la última palabra para juzgar los aciertos o
errores de la práctica política, partiendo de la base de que no existen las
personas infalibles y que la historia no la realizan los grandes hombres, sino
las clases sociales y los dirigentes que surgen de estas clases sociales. Tales
dirigentes se ven inmersos en múltiples contradicciones, conflictos e intereses
de grupos sociales y nacionales diversos, que a veces los atrapan sin remedio
como una fuerza gravitatoria, limitando sus márgenes de maniobra y sus
posibilidades reales de aplicar las políticas deseadas.
Los comunistas han escrito sus páginas
históricas más brillantes luchando unidos y sabiendo conectar con el sentir de
las masas, de las que deben formar parte. Así fue en Octubre de 1917, en la
construcción del socialismo en la URSS y en otros países, en la defensa de las
conquistas sociales, en la guerra civil, en la lucha antifranquista, en las
revoluciones antiimperialistas y en tantas otras ocasiones en las que, por lo
demás, el anticomunismo de izquierda estaba ausente o era adversario de tales
luchas. El movimiento comunista ha jugado un papel, en solitario o junto con
otras fuerzas progresistas, claramente decisivo para el avance de las
conquistas sociales de las masas explotadas e incluso para la humanidad en su
conjunto. Por el contrario, la etapa histórica donde se vivió la división del
movimiento comunista en numerosos fragmentos, condujo a los comunistas en
muchos lugares al declive, y en otros como en el Estado español, casi a la
extinción.
En España tenemos ejemplos históricos de
unidad comunista, como la unidad del PCE y del PCOE en 1921, y la de los
colectivos socialistas y comunistas en una sola formación política (las
Juventudes Socialistas Unificadas a nivel estatal, y el Partit Socialista
Unificat de Catalunya, PSUC), unidos sobre bases revolucionarias en 1936. Tal
unidad, que se estaba fraguando también entre el PCE y del PSOE para constituir
un partido proletario revolucionario unido, no pudo culminar con éxito por la
división interna del partido socialista, lo que provocó una influencia muy
negativa en el desarrollo de la guerra civil y la lucha antifranquista.
Cuando se perciba el grave momento
histórico que estamos viviendo, será posible reemprender el camino de la
unidad, unidad imprescindible para derrotar al enemigo: el fascismo, el
imperialismo y la burguesía. Unidad sin renunciar a los principios pero
renunciando a los sectarismos y a las exclusiones, y anteponiendo la resolución
de los graves problemas de la clase obrera antes que una pureza doctrinaria
extremista. Será entonces cuando el anticomunismo de izquierda volverá a tener
en la historia el papel residual y anecdótico que le corresponde ocupar. Sólo
así, con la unidad y la voluntad de luchar por la clase obrera ante todo, los
comunistas podrán volver a tener una determinante capacidad de influencia entre
las masas y podrán aspirar a llevar tras de sí a la clase obrera y a los
pueblos oprimidos en la lucha por un mundo mejor.
Notas:
(3) Antonio
Elorza y Marta Bizcarrondo: Queridos camaradas. La Internacional Comunista y
España, 1931-1936. Editorial Planeta, Barcelona 1999, pp. 351-375.
(4) David
Martínez Fiol: Estatisme i antiestatisme a Catalunya, 1931-1939: rivalitats
polítiques i funcionarials a la Generalitat. Publicacions de l’Abadia de
Montserrat, 2008, p. 290.
(5) Marx y Engels, Manifiesto del Partido
Comunista, Edicions PCC, 1983, cap. 2, p.15.
Publicado por Comunidad Stalin
No hay comentarios:
Publicar un comentario